El prior de Calatrava (I): Versos e introducción

Retrato al óleo de Juan Martínez Villergas

Retrato al óleo de Juan Martínez Villergas

Juan Martínez Villergas describe, en el capítulo V de su obra “Desenlace de la Guerra Civil”, los sucesos ocurridos en Calzada de Calatrava relativos al asalto a la Iglesia de Ntra. Sra. del Valle por parte de los carlitas, al mando de D. Basilio. El capítulo lo denomina “El prior de Calatrava” que por ser tan extenso lo vamos a dividir en varios artículos. Comenzamos con el primero.

Terribles cuadros, señores,

ofrece la pobre España,

y confieso francamente

que a mi musa no le cuadra

esa pintura de espectros

y sombras ensangrentadas

que a las mujeres aterran

y al hombre atrevido pasman.

Yo, que a lo más vine al mundo

para hacer alguna sátira

escribiendo siempre bromas,

aunque a veces muy pesadas,

¿ Cómo podré dignamente

referir acciones varias

que compitan con aquellas

de Sagunto y de Numancia ?

Probemos a ver si puedo:

sin duda la empresa es ardua,

mas si me faltan ideas,

no me faltarán palabras.

Harto estoy, viven los cielos,

de entonar alegres jácaras,

pues ya con el canto llano

se fatiga la garganta.

Plagamos aquí un esfuerzo,

sorbamos yemas y claras

y demos principio al canto

que más al mundo entusiasma.

Mala es sin duda mi trompa;

mi voz también es muy mala;

me faltan algunas dotes;

pero asunto no me falta.

Porque a cantar voy, señores,

las tremebundas hazañas

con que los fieros facciosos,

mengua y baldón de su patria,

Cubrieron de sangre y luto

á los pueblos de la Mancha,

haciéndose ellos odiosos

y haciendo odiosa su causa.

He dicho ya algunas cosas

contra la servil canalla

que al paso que el estandarte

de un partido tremolaba,

contra la gente indefensa

con hidrofobia y con saña

para asaltar al bolsillo

solía apuntar las armas.

He dicho también, señores,

cómo esta gente trataba

al que en sus manos perdía

de vivir las esperanzas.

Pero faltaba el relato

de una terrible jornada

donde la traición, el dolo,

la iniquidad y la infamia

se desplegasen a un tiempo

con esa impiedad y calma

que do quiera al pensamiento

del despotismo acompañan.

De esta verdad triste ejemplo

fue en la contienda pasada

cierta población que nombran

Calzada de Calatrava.

Hecho es este entre los hechos

de esa historia malhadada

que tanto al hombre sensible

con sus recuerdos espanta;

hecho este, lo repito,

que dolor y asombro causa

por más que no le hayan dado

la merecida importancia.

Yo me acuerdo que mil veces

ya la oración estudiada

de un diputado elocuente,

ya de un diario en las planas

ya en otra porción de formas

que tengo casi olvidadas,

he visto citar los pueblos

que en pro de la justa causa

sucumbieron al empuje

de la enemiga metralla

o risistieron valientes

dando ejemplos de constancia

y castigando con bríos

de los rebeldes la audacia.

No niego el mérito a nadie

ni tuviera mucha gracia

que yo por vestir un santo

a otros santos desnudara.

Pero entiendo francamente

que laurel merece y fama

ese pueblo que se nombra

Calzada de Calatrava.

Yo citaré sus esfuerzos

y reparando la falta

de esa mención que los bravos

con mucha razón reclaman,

echaré al bando rebelde

para su vergüenza en cara

los inauditos desmanes

con que irritaron a España;

y haré ver al mundo entero

que defiende mala causa

quien para aclamarla emplea

tan espantosa venganza.

Voy, en efecto, a pasar por alto multitud de sucesos que revelan la ferocidad de los facciosos manchegos para referir a mis lectores la terrible catástrofe de la Calzada; aquella catástrofe a la cual, lo repito, no se ha dado la importancia que merecía, pues no he visto que en las publicaciones históricas se la haya consagrado un capítulo aparte. Uno de nuestros jóvenes escritores describe el suceso de esta manera:

«Al referir la última de las escenas del drama que estamos desarrollando, la indignación se apodera de nuestra alma y la pluma no encuentra tintas bastante negras en que empaparse. Figura en ella en primer término un sacerdote fanático, instigando en nombre de Dios al incendio y a la matanza a algunos desalmados asesinos; edificios devorados por las llamas, niños llorosos, madres desoladas, desesperados ciudadanos, que en su impotencia buscan en vano las armas de la patria, son los episodios que completan el cuadro. La acción pasa en la Calzada de Calatrava, y el argumento está lleno de horribles y espantosos pormenores. Una partida de facciosos, auxiliada por el presbítero D. Félix Racionero, ex-prior del convento que había existido en aquel pueblo, penetró en él por sorpresa y cebó su coraje en las familias de los nacionales, dando muerte a cuantos hubo a las manos e incendiando después sus hogares. El feroz clérigo cayó a poco tiempo en poder de nuestras tropas, e instruida la correspondiente sumaria, fue condenado a ser pasado por las armas, etc.»

Yo lo referiré tal como ha llegado a mi noticia por personas bien informadas. Según éstas, no me atreveré a asegurar que el difunto D. Félix Racionero fuese cómplice de los facciosos y cooperase a sus sangrientos designios; pero sí diré que ya obrase por cobardía, ya ayudase con sus consejos al estrago, se hizo digno del castigo que se le impuso.

Fuente: Desenlace de la Guerra Civil, de Juan Martínez Villergas.

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