Josefa María Triviño es la primera que declara el día 9 de mayo de 1760. Natural de Villafranca y residente en Almadén, refiere que una gitana, llamada Luisa, hizo hechizos a un hombre casado después de que una mujer forastera viniera a curarlo y a los pocos días falleció. También sabe que la gitana les dijo a toda su familia que dejasen de rezar por su padre, José Cristóbal Triviño, porque no volvería a verlo después de un largo viaje que había emprendido, pero pasado el tiempo uno de sus criados llegó a Almadén anunciando que esa misma noche llegaría, como así fue. Siendo pequeña se torció el cuello y le produjo un fuerte dolor, por lo que sus padres acudieron a una curandera que mandó traer un lebrillo (vasija de barro vidriado para lavar ropa o pies) en donde puso a hervir chocolate con agua caliente e introdujo un peine, unas tijeras, un ovillo de hila, una aguja y un dedal, a la vez que rezaba oraciones que lograron sanar a la enferma; no recuerda su nombre debido a su corta edad. Por último, dijo que una doncella, Antonia Morena, usaba la técnica de echar garbanzos en un pozo para quitar las verrugas.
Isabel de la Puebla afirma que Ana Marín intentó curar a un hermano suyo, monje de la Orden de San Jerónimo en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, pero fracasó en el intento y su familia recurrió a un hombre mayor, llamado Bartolomé y vecino de Siruela, quien les dijo que su vecino Cañamero le habían echado un mal de ojo. Comenta que, hace sobre unos ocho años más o menos, que Pedro Bravo también recurrió a Ana Marín para aliviar a su hermana Mariana Bravo de un fuerte dolor que tenía, y así lo hizo con un poco miel a la que le echó unos polvos, una vez que les hizo traer un justillo.
José Santos Arroyo sabe que Francisco Fernández Luna, casado, buscaba el amor de una doncella, llamada María Victoria, llevó un anillo de plata a Ana Marín, que se lo aderezó, y le dijo que se lo diese a cualquier persona para que con él tocase la ropa de María, pero nadie quiso llevar a cabo dicho encargo. Matías Nieto afirmó haber oído blasfemar, en la mina, a Alfonso Arcayos. María Antonia Serrano Montes comenta que Ana (a) la Tierna hace hechizos y que un hombre, llamado Pedro (a) el del Hilo, ha leído la carta astral de ella, de su hermana Teresa, de Ana Rosa Sánchez y de otros tres niños pequeños. Por último, dice haber oído en casa de su hermana Matea que había un hombre que iba diciendo que no había infierno ni purgatorio, sino que cada uno pagaba los pecados que había cometido durante su vida en la tierra.
La doncella de 24 años, Marta Palacios, afirma conocer a una tal Pepa, de la villa de Baterno (Badajoz), que cura el mal de ojo manifestando esta frase: “JESÚS SEA CONMIGO Y CONTIGO, YO TE CURO, DIOS TE SANE, EN EL NOMBRE DE JESÚS Y SU MADRE, CRISTÓ NACIÓ, CRISTO MURIÓ Y CRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS”. Después hacía cuatro cruces en la frente del enfermo y sobre un candil encendido ponía un plato de agua en el que echaba una gota de aceite, diciendo SANTA MARÍA Y SU MADRE. Si la gota de aceite se hundía era signo de que le habían echado el mal de ojo. Ana Peinado cuenta que la enfermedad que padece la trataron de curar Juan Moyano, anciano de Chillón, y su mujer María (a) la Segadora mediante una onza de plata, unas sayas, una cuarta de tafetán verde, un cántaro con agua, de la que negó a beber la enferma, y aceites con los que la untaron. A su marido, antes de estar ciego y que estaba enfermo, Ana Marín le dijo que estaba hechizado y que podía ser curado entre la Juliana y Catalina Guillerma. Llegaron a verlo estas dos mujeres, además de Bartolomé, curandero de Chillón, pero el enfermo falleció habiendo sido embaucado. Ana de Aro sospechó de su marido, Juan Antonio Usado, porque hacía meses que no le había pedido mantener relaciones sexuales, por lo que sospechó que podía estar con otra mujer pero resultó que era porque se encontraba enfermo e iba cada día adelgazando más y no comía nada; recurrieron al presbítero Andrés Ortiz de Puelles para que lo exorcizase, lo que hizo el sacerdote y a partir de ese momento comenzó a recuperarse y el matrimonio pudo realizar el acto sexual.
Siguen pasando a declarar los vecinos de Almadén y Antonio Moreno de Luis testifica que había recurrido a la Lorcana para curar la enfermedad que padecía su mujer Provinciana Cogedor. La santiguó, le echo unas gotas de aceite en agua y le refirió que el mal que tenía era consecuencia de la riña que tuvo con su vecina Josefa Infante, por lo que era aconsejable hablar con ella. El marido y el clérigo de menores, Juan Feliz de Salas, fueron a la casa de ésta vecina a pedirle que perdonara a su mujer, a lo que respondió que no le guardaba ningún rencor. Pocos días después, Josefa fue a casa del clérigo de menores para decirle que Antonio Moreno de Luis la consideraba una persona mala, a lo que Salas le dijo que eso no era cierto y la mujer le recomendó a Agustina de Rosa para la curar a la enferma. Así lo hizo y la sanó dos veces, mejorando tras unas purgas que le hizo.