El informe del arquitecto Francisco Enríquez Ferrer

Aquí se encontraba la Plaza de la Iglesia que fue incendiada en febrero de 1838.
Actual Cuartel de la Guardia Civil, donde estuvo la Plaza de la Iglesia que fue incendiada durante la Primera Guerra Carlista, en febrero de 1838. La actual Calle Mártires se denominaba entonces Calle de la Iglesia. Justo en el adoquinado, delante de la puerta de entrada al Cuartel de la Guardia Civil, lo que hoy es el parking, hace ya unos cuantos años se hizo una obra y en la retirada de escombros salieron muchos huesos pequeños, que fueron a parar a la escombrera del parque, donde se ponía la plaza de toros.

Francisco Enríquez Ferrer, arquitecto encargado de hacer un nuevo informe y presupuesto de reedificación de la nueva Iglesia parroquial, consiguió el título de arquitecto por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1845, siendo nombrado número uno de la misma en 1859, con un discurso sobre la historia de la arquitectura árabe, del que destacamos estas palabras:

“… los árabes, al conquistar a España, la encontraron llena de monumentos romanos, que miraban con asombro… La disposición de sus mezquitas era grandiosa y acomodada a sus prácticas religiosas. Todo en ellas estaba calculado y previsto. Lo que en ciencias y en artes fuera para los griegos Atenas, lo fue Granada para los mahometanos… Cada edificio llena sin duda su objeto de la manera más adecuada; y sería el extremo de la injusticia y hacer agravio sumo a los árabes, a quienes debemos inmensos adelantamientos en las matemáticas, las artes y las ciencias… Ahí tenemos esos aljibes y acueductos; ahí esos castillos y atalayas como los de Alcalá la Real; y sobre todo ese palacio encantado de la Alhambra.

Señores: llamemos la atención de la juventud estudiosa hacia esta arquitectura que recibe toda la fuerza y complemento de la virilidad en nuestro suelo; que por nueve siglos es toda nuestra; hace fértiles las vegas de Valencia, Murcia y Granada; mejoran los caminos romanos, cubre de atalayas las crestas de los montes, levanta magníficos palacios al lado de espantosos precipicios, y p resta hábiles artífices a sus irreconciliables enemigos los cristianos para que les fabriquen las mismas fortalezas que los han de compartir”.

Entre sus proyectos más importantes destacan la ampliación del cementerio de San Isidro (Madrid) y el del Palacio Episcopal de Logroño. En relación con nuestro pueblo, el Secretario del Cardenal Arzobispo de Toledo puso en sus manos el expediente instruido para la reedificación de la Iglesia parroquial, desplazándose a Calzada para ver detenidamente el estado del templo y hacer el correspondiente informe, el presupuesto y los planos, que envió al Arzobispado de Toledo el 15 de diciembre de 1853.

En el informe afirma que el templo se comenzó a construir como una iglesia para frailes franciscanos, en los últimos años del reinado de los Reyes Católicos, terminándose de construir durante el gobierno del cardenal Jiménez de Cisneros; época en la que España destacó en las bellas artes pero que, debido a la penuria y escasez de fondos con que contaba el Estado, motivaron a que algunas obras hechas a finales del siglo XV y comienzos del XVI fuesen poco sólidas, como la iglesia a la que nos estamos refiriendo: carecía de buenos cimientos -por algunas zonas no llegaba a dos pies castellanos de profundidad- y tras su finalización empezaron a enterrar dentro de ella, rebajando el terreno del piso del templo hasta una profundidad de 7 y 8 pies al escavar las sepulturas, motivo por el cual sus paredes fueron perdiendo su aplomo, siendo necesario la construcción de nuevos laterales y el relleno de las fachadas. Estos reparos, hechos durante un periodo de tres siglos, hizo que el edificio se hiciese cada vez menos consistente, por lo que el incendio hizo que los daños fuesen aún mayores: desaparición del atirantado de madera de las armaduras de cubierta, desviación de los muros de la perpendicular, desplome de sus bóvedas ojivales. El templo quedó en estado de inminente ruina.

El arquitecto Francisco Enríquez consideró la posibilidad  de una restauración, para que la obra fuera de menor costo y conservar sus restos –como la hilada de sillares de estilo ojival en la capilla mayor y sus dos ornatos en las fachadas principales de estilo renacentista, que los consideró muy buenos-, pero manifestó al Arzobispo de Toledo que sólo se podían conservar de estas ruinas los dos ornatos, que por sus ricos y delicados adornos podían servir de retablos para el nuevo templo que se construyera. También consideró útil el uso de los materiales que se produjese en el derribo, ya que proporcionarían ahorros de consideración. Estudió el anterior proyecto de Juan José de Alzaga, estimando que los gastos relativos a la mampostería y carpintería debían ser algo más bajos, considerando adecuadas sus dimensiones; por lo que decidió llevar a cabo un nuevo proyecto con un género de arquitectura más barato, eligiendo el bizantino de la España del siglo XIII, que se hallaba en armonía con el que se usó en el levantamiento de otros templos por los antiguos Caballeros de la Orden de Calatrava. Estimaba, así, que conservaba las tradiciones históricas de la comarca y disminuía los gastos, ya que se usarían canecillos de barro cocido o una escocia en lugar de los pesados entablamentos y cornisas grandiosas y otros muchos cuerpos pesados, de mal efecto y gran costo –propios más bien de un templo pagano en los que la pesadez de las masas simbolizaban más bien al materialismo que a la religión- empleados por el arquitecto Juan José de Alzaga. Vio que el arte bizantino, que era el usado en todos los nuevos templos de la Europa católica, era el más propio y adecuado para expresar el espiritualismo de la religión católica.

La distribución que adoptó fue la de cruz latina -con una nave central y dos laterales bastante prolongadas- y que sus muros y bóvedas no fueran tan costosos en su ejecución, al no necesitar tanta elevación ni espesor sus paredes como sería preciso si fuese de una sola nave. En la cabeza de la cruz colocó el altar mayor aislado y por detrás el coro, en forma de ábside –para que los cantos y demás ceremonias en la Iglesia fuesen percibidos por el pueblo. Colocó pequeñas tribunas en los pies y extremos de los brazos de la cruz, para el órgano y cantores. Las dos naves laterales, donde se colocarían los altares de Jesús y María, las terminó también en ábside dejando, a derecha e izquierda en el espesor o salida de los botareles, capillas para otras imágenes religiosas. A los lados de la puerta principal, la del baptisterio y la que sirve para depositar los cadáveres. A continuación del coro situó la torre de campanas, la sacristía, la colecturía y el archivo; disponiendo, además de la puerta principal, las dos del crucero y la de la torre. El número de ventanas y los pilares eran proporcionados a la capacidad del templo, contribuyendo con sencillez a la decoración.

La forma de construcción del edificio permitía, una vez hechos los cimientos, construir una mitad o una tercera parte de la Iglesia en longitud para llenar las necesidades de la feligresía mucho antes, con el menor desembolso posible y sin descuidar las demás partidas del presupuesto del Estado en la reparación de las partes restantes. El costo total de las obras, que detalladamente se indican a continuación, podía asegurarse con la consignación de cuatro a cinco mil duros anuales, terminándose en poco tiempo la construcción del templo parroquial y que el pueblo tuviera espacio suficiente para poder asistir a misa y demás divinos oficios, por carecer de capacidad suficiente la ermita que les servía de Iglesia parroquial. Esta ermita es  hoy la actual parroquia de Calzada de Calatrava.

Bibliografía:

1850-1857 Calzada de Calatrava. Expediente sobre «necesidad de reedificar la iglesia parroquial, incendiada por los facciosos carlistas en febrero de 1838 (Archivo Diocesano de Toledo).

Discursos leídos ante la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, en la recepción pública de Don Francisco Enríquez y Ferrer (11 de diciembre de 1859).

Biografía de Francisco Enríquez y Ferrer, por  Silvia Arbaiza Blanco-Soler.

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