Continúan las declaraciones por herejías en Almadén

Vista general de la localidad ciudadrealeña de Almadén, con su plaza de toros hexagonal en primer plano - Fuente: ABC

Vista general de la localidad ciudadrrealeña de Almadén, con su plaza de toros hexagonal en primer plano – Fuente: ABC.

El sastre Juan Antonio Montes es el primero de los vecinos que declara en este segundo día -6 de mayo de 1760- y recuerda que en su juventud, cuando tenía veinte años- oyó decir que una mujer a la que apodaban La Coja Pata de Palo era una bruja que curaba hechizos, al igual que otras como La Juliana y Ana Marín, todas ya fallecidas. De las dos primeras no dice nada y de la última comenta que, hará sobre unos quince años- vino a Almadén una mujer de Agudo buscándola para que curara a su niño, cosa que hizo comenzando con sahumerios, santiguándolo y rezando, y que días después el chico murió. También cómo La Landera, también ya fallecida, curó a su mujer Josefa Marín de Parra desahumándola con ruda, berros, sauce y otras hierbas usando una capa, y que otra vez que su mujer estuvo enferma mucho tiempo fue a buscar a una mujer de Chillón –casada con Juan Moyano, que estaba en Córdoba preso por la Santa Inquisición- que la asistió sobre unos quince días con sahumerios y otras cosas hasta que, viendo que no surtía efectos, se marchó llevándose media panilla de aceite, por lo que recurrió a un anciano de Siruela, Bartolomé (a) El de la Joya, pero no consiguió traerlo a su casa; de ahí que un hijo suyo, Juan Antonio Montes, con ayuda de dos caballos, lo condujo a la casa de la enferma en la que estuvo haciendo mejunjes, parches y sahumerios sobre quince o veinte días hasta que, viendo que no surtían efectos, persuadió al padre para que permitiera a su hijo traer una canilla de un muerto, que molió, mezcló con diversas sustancias y agua y mandó a la paciente que se enjuagase con la mezcla obtenida pero no obtuvo ninguna mejoría. Bartolomé le dijo a la enferma que no se hubiese puesto enferma si se hubiera puesto las reliquias cuando fue al horno a hacer pan, a lo que respondió que si estorbaban ella se las quitaría sin obtener respuesta ninguna. Viendo que no podía curarla, su marido lo llevó a Chillón. Una mujer, cuando Juan Antonio llevaba a su mujer a que la viera La Juliana, le recomendó que se pusiera en contacto con Manolita, de Hinojosa, y le dio una carta, una moneda de diez reales, unos guantes nuevos negros de seda y dos cintas para que se los entregase a esta mujer, lo que hizo y le dijo que su mujer no estaba hechizada, que si así hubiera sido la hubiese curado antes de que se apearan de la caballería. Regresaron a Almadén, dando gracias a Dios por la noticia; mas al cabo de unos días el declarante recibió una visita de una mujer, que llaman La Tita, para decirle que enviaran el caballo para recoger a Manolita porque quería ver a la enferma. Así se hizo y estuvo toda la noche cuidándola y al día siguiente dejó unos aceites para que la untaran, junto con otros para una pobre que estaba enferma, Josefa González –mujer de Miguel Serrano.

Hará como un año el declarante se interesó por una asistenta de Almadenejos, de nombre Pepa, que fue a cortar un capotillo a una casa de Almadén, porque tuvo noticia de que había curado a Felipe López echándole gusanos y la llevó a su casa para que atendiera a su mujer, lo que hizo; dijo que le había echado mal de ojo y que ninguna bruja podía curarla salvo ella. Pidió dinero para medicinas y, al anochecer, regresó para taparle los ojos con un pañuelo a la paciente, con otro le cubrió la cabeza para recoger el vapor del sahumerio y un tercero para recoger los gusanos que fuesen cayendo del cuerpo de la paciente. Quiso ver Juan Antonio Montes, con ayuda de una vela, ver los gusanos que caían pero la curandera se lo impidió, a la vez que le enferma sí oía que caía algo pero que no era de su cuerpo. El declarante vio los gusanos pero no creyó que eran de la enferma sino que la bruja los llevaría ya preparados. Al irse la Pepa recomendó que esa noche no rezara el rosario, cosa que sentó muy mal tanto a la enferma como a su marido, por lo que fue mal despedida diciéndole que se la llevara el diablo y que no volviese. Viendo que su mujer no mejoraba y aprovechando la ocasión de la visita a la casas de María Peñas del sacerdote de Agudo, Alonso, que había curado a vecinos de su pueblo, lo llamó para que viese a su mujer. Mandó traer hojas de zarza, cebada, llantén y un cuartillo y medio de leche con otro tanto de agua, que coció para que le diesen baños y le cortasen el pelo de la cabeza; agradecido por la visita, recibió diez reales para que dijese una misa a Nuestra Señora de la Estrella en Agudo. Al cabo de pocos días regresó el cura, alojándose en casa de Ana Peñas, por lo que nuevamente fue a verlo Juan Antonio para comunicarle que no había surtido efecto lo que hizo a su mujer y Alonso fue a verla nuevamente, mandó traer unos aceites con los que la untó los brazos, el cuello y la sien, regresando a Agudo. Pasado unos días, envió un mozo a Almadén con una carta en la que decía que se mejoraría siempre que diera de comer a los pobres y una limosna en la misa. Viendo que Pedro, el mozo, no regresaba con la respuesta, volvió a instar con una cédula que fue a recoger un hijo de Juan Antonio, cosa que no hizo porque se fue de juerga. El cura, apenas llevaba tres o cuatro días diciendo misa, cayó enfermo con unas calenturas intermitentes y fue asistido por el médico hasta que se recuperó, momento en el cual partió a Almadén para ver nuevamente a la enferma, dejándole un pañuelo para que la desahumaran seis días y si no mejoraba que lo avisaran. Se hizo lo mandado y fue avisado debido a que no había mejoría, respondiendo el cura con una carta en la que decía que había escrito a una hechicera que curaba con licencia del Santo Tribunal, llamada Elesina y de Navalosilla o Navalosa; la respuesta a esta misiva fue que no tenía remedio. El declarante acabó su confesión diciendo que no había nunca visto rezar al sacerdote Alonso ni buscar a alguien con quien reconciliarse y que había oído que Ana Marín era bruja y que Ventura Gallego, hará sobre unos veintidós años, llevó un plato de almíbar a un mozo de Almadén para echarle mal de ojo.

El que declaró después de Juan Antonio Montes fue el barbero Juan Babiano, que oyó decir que La Rincona y Ana Marín eran mujeres de mala fama; que La Tierna echó el mal de ojo a Josefa González –ya difunta y mujer de Miguel Serrano-; que su hermano le enseñó la siguiente oración: “Jesucristo se encontró a Eliseo; ¿dónde vas Eliseo a buscar la yerba para matar la culebra? vuélvete a tu tierra, busca el hinojo y el agua fría”, que había que decir tres veces en nombre de Jesús y María haciendo tres veces la señal de la cruz. Preguntó a un religioso franciscano, Juan de Yegros, si era bueno decir esta oración, a lo que le respondió que no era malo pero sí supersticioso y que no estaba aprobada por la iglesia, por lo que prometió no volver a decirla más. Por la noche fue a declarar Francisco Fernández Luna que dijo que estando malo fue a curarlo La Lorcana, echando aceite en una vasija con agua, a la vez que rezaba; que Agustina de Rosa y Sebastiana habían hecho, en otras ocasiones, lo mismo; que un cuñado mancebo suyo de Chillón, Antonio Capilla, fue a casa de Ana Marín y le dijo que tenía hechizos y que para curarlo tenía que darle la redecilla que llevaba puesta, se la dio y mandó traer cuatro cuartos de triaca [preparado compuesto por varios ingredientes distintos de origen animal, vegetal o mineral] y habiendo tenido en su poder la redecilla, durante día y medio, fue a casa del declarante y entró al corral pero, al enterarse de que había fallecido el paciente, no se enteró del fin de la redecilla. Oyó Francisco Fernández, cuando era pequeño, que María Antonia Tamaral era una bruja que había cegado a su marido; que el mancebo Alfonso Díaz le dijo que estando sirviendo a dos mujeres, una de ellas –llamada La Justa- le dijo que la otra –Josefa Méndez- era judía. La última en declarar este día fue Juana Arcayos, que declaró que María (a) La Segadora, de Chillón, fue a curar a su tía Josefa de Parra mediante sahumerios y otros  mejunjes; que un anciano de Siruela y un clérigo de Agudo hacía lo mismo y que Ana Marín era una bruja.

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