Cuando, a mediados de los setenta del siglo XX, el Ayuntamiento de Calzada de Calatrava comenzó a hacer las zanjas para llevar a todas las casas el agua corriente apareció, al lado del cuartel de la Guardia Civil, una fosa con cadáveres que, lo más probable, corresponden a los que fueron fusilados o a la víctimas relacionadas con la masacre que el ejército de Basilio García llevó a cabo en febrero de 1838, durante la Primera Guerra Carlista. Fue en agosto de ese mismo año cuando se dictó la siguiente sentencia de dicho caso:
El examen del interrogatorio que antecede, y cuyas declaraciones patentizan la inhumana y bárbara conducta del sanguinario Ramón Fernández Rubio (a) el Moro, cómplice y autor del horroroso asesinato cometido en el fuerte de esta villa contra las desgraciadas víctimas que sucumbieron ante las aras de la patria, sellando con su preciosa sangre los deberes sagrados que los ligaban a ella, sangre que reclama venganza, y que insultando a Dios y a los hombres se derramó impía y sacrílegamente; ha llegado la hora de la justicia, y el brazo de la ley va a descargar su golpe inexorable: en su consecuencia, en nombre de la Nación ultrajada, en el de S. M., y en justa vindicta y desagravio de los manes de aquellos patriotas desgraciados, será puesto en capilla el expresado sujeto para ser pasado por las armas, previas las formalidades de la justicia.
Ascensión, hija del Fraile, aborto de la especie humana, cubierta de crímenes y manchada con la sangre de los mártires que perecieron al rigor de un hecho inaudito, siendo la causante de la muerte alevosa que dieron a don Ramón leal ya salvo de las que entre llamas consumían a sus compatricios; será igualmente puesta en capilla para ser pasada por las armas, siguiendo las formalidades prescritas.
El presbítero don Valeriano Torrubia, que revestido con el traje de ministro de un Dios de paz y que convirtió las máximas evangélicas en instrumento de sus pasiones y perversa índole, aconsejando, seduciendo y tomando parte en el bárbaro atentado del fuerte; celebrando un suceso que a la misma naturaleza se resiste, y lejos de predicar la paz de la iglesia, alimentaba la discordia de sus conciudadanos y feligreses; será despojado del hábito religioso que ha llenado de ignominia, y puesto en capilla para ser pasado por las armas, con las formalidades de la ley.
El presbítero don José Vadillo, criminal por su adhesión al bando de los delincuentes, que ha conservado relaciones con los enemigos y que no ha procurado la misión que por su ministerio debe ejercer, presenciará la muerte de los anteriores sujetos, y después conducido a la prisión en donde recibirá su pasaporte para el punto que designe, no siendo para esta provincia, la de Toledo ni la Corte, debiendo a ir precisamente en el término de tercero día a la notificación de esta sentencia.
Don Clemente de la Carta, contra quien aparecen indicios y semipruebas de su mal comportamiento, desafección a la causa del Estado y relaciones con los enemigos, presenciará igualmente la sentencia, sirviéndole de escarmiento para el arreglo de su conducta política; poniéndolo en libertad.
La justicia, el bien de la Nación y la vindicta pública reclamaban hace tiempo el cumplimiento de la ley. Llegó su hora y mañana a las ocho en punto deberá ejecutarse la sentencia, estableciendo el suplicio a las puertas del fuerte en que perecieron 300 víctimas inocentes, y sobre cuyas cenizas caerán las cabezas de sus asesinos. Para ese acto formarán las tropas todas de este cantón, estableciendo un cuadro en el referido punto: el coronel jefe de la segunda brigada del ejército don Ramón Barrenechea, a quien pasará esta sumaria; nombrará un oficial que desempeñe las funciones de fiscal a fin de que notifique a los reos la sentencia, la lea al frente de banderas en el acto de la ejecución y bajo su cuidado se practiquen las formalidades que están prevenidas en casos semejantes.
Cuartel general de la Calzada, 15 de agosto de 1838.
El general en jefe, Narváez.= De Orden de S. E. el brigadier jefe interino del E. M. G. Marqués de las Amarillas, Juan Pardo.
Fuente: Diario de Barcelon, de 8 de septiembre de 1838.