Fray Jorge de la Calzada pide el hábito en el Convento del Rosario, junto a Oropesa

Jorge de Ciudad decide dejar su pueblo, la Calzada de Calatrava, y da cuentas a su amo del ganado y todas las demás cosas que estaban a su cargo sin reservar para sí cosa alguna, dejando todo a la providencia de Dios. Lo poco que tiene lo da de limosna a los pobres, viéndose libre del trabajo de pastor que le impedía ejercitarse en las obras que deseaba.

Toma el camino que va a Ciudad Real y no había caminado mucho tiempo cuando encuentra a un labrador rico de Ciudad Real que le propone que le sirva de labrador. Jorge acepta y se lo lleva consigo a su casa.

Sirvió en casa de este hombre tres años, asistiendo tanto a las cosas de su obligación como a las espirituales. El amo vivía muy contento porque Jorge era un ejemplo de virtud, que continuamente animaba a todos a ella, ejercitándose en obras de caridad y repartiendo entre los pobres cuanto adquiría con su trabajo, dedicando para sí solo lo que fuera preciso y continuando con sus penitencias y devociones no menos que cuando era pastor.

Su amo le amaba tiernamente, viendo sus buenas inclinaciones y que cumplía, además, con las obligaciones de cristiano, oyendo misa, confesándose frecuentemente, socorriendo a los pobres y no faltando a su trabajo. Al año de estar trabajando su amo le dio un pedazo de tierra para que lo sembrase Jorge y recogiera el fruto para sí y el Siervo de Dios lo aceptó. El trigo creció notablemente, sobresaliendo entre los sembrados de su dueño, y la cosecha la repartió entre los pobres.

Los impulsos divinos no cesaban de llamarla a una vida más perfecta para entregarse totalmente a Dios y llegó la ocasión de tomar la resolución de despedirse de su amo, para seguir a Cristo, sin detenerse en ajustar las cuentas de su soldada ni en cobrar lo que se le debía. El amo le ofreció muchas conveniencias y procuraba detenerle pero el Siervo de Dios, que sólo pensaba en corresponder a las voces interiores de Dios, no se quiso vencer a las porfías y dejándolo todo prosiguió su determinación.

Habiendo dejado el oficio de labrador, Jorge entró en una Iglesia de Ciudad Real y estuvo allí toda la mañana oyendo misa y encomendándose a Dios. De la oración sacó un fervoroso deseo de ser Religioso Franciscano Descalzo de la Reforma del Beato Pedro de Alcántara.

Salió con esta determinación de Ciudad Real y, en pocos días de camino, llegó al Convento del Rosario, en Oropesa, y pidió con fervorosas ansias al Guardián el hábito, el cual viendo la devoción y compostura del mozo y habiéndole examinado y haciendo las demás diligencias, según lo dispone la Santa Regla, le puso el hábito, con el que se halló nuestro Jorge tan consolado y gustoso que le parecía había llegado todo el colmo de sus dichas.

Vistió el hábito sin dar lugar a estar ocioso tiempo alguno, tratando con mucha aspereza su cuerpo y ejercitándolo con rigurosos ayunos y crueles disciplinas. Gastaba la mayor parte de su tiempo en orar, velando de noche y quitándose el sueño en estos ratos. Viendo esto los Religiosos estaban muy contentos con él, agradeciendo a Dios el haberles traído un compañero y hermano de tanto ejemplo y que tantas esperanzas les daba para mayor honra de su Majestad Soberana.

Fuente: “Vida del penitente y venerable Siervo de Dios Fray Jorge de la Calzada”, de Cristóbal Ruiz Franco de Pedrosa.

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