Ángel Rafael Hore y Dávila nació en Calzada de Calatrava, en una familia hidalga, el 27 de marzo de 1757, y se dedicó a la marina desde su niñez, sentando plaza de guardia marina el 18 de agosto de 1770. Navegó por Europa, de subalterno, durante ocho años. Desde 1775 al 1790, en que ya era teniente de navío, sirvió en las escuadras de Pedro Castejón, Luis de Córdova, Juan de Isángara y Antonio Barceló. Participó en la expedición de Argel al mando del bergantín Galgo. En 1783 lo destinó S. M. para servir en el cuerpo de ingenieros de marina. Ascendió a capitán de fragata el 1.º de marzo de 1791 y se le confirió el mando de la fragata Perla, con cuyo buque desempeñó una importante comisión en Túnez, en mayo de 1795, y regresando a Cartagena en marzo de 1796. He aquí el relato de este viaje.
El comandante Rafael Hore, al mando de la Real Fragata la Perla, recibió la misión de llevar a Constantinopla a un embajador tunecino. Aunque llegó a Túnez después de que el embajador hubiera partido en otro buque, Rafael logró alcanzarlo en los Dardanelos y lo condujo a bordo de su fragata hacia Constantinopla. Preocupado por la peste que reinaba en la ciudad, Rafael apresuró su regreso y le hizo entender al embajador tunecino que debía prepararse para partir, poniéndose en cuarentena.
El viento soplaba con suavidad aquella mañana del dos de diciembre de 1795, cuando el capitán Vicente Hore decidió zarpar del puerto de Constantinopla. Las aguas del Bósforo se mostraban tranquilas, y la fragata Perla se deslizó con elegancia hacia la Ensenada del Capitán Baxá, donde anclaron dos días después. Vicente había planeado abastecerse de agua en ese lugar, pero, al descubrir dos embarcaciones con personas infectadas, decidió no correr el riesgo. En su lugar, recogió los víveres almacenados en Dardanelos y, el día diez, puso rumbo a Malta, donde anclaron a las siete de la mañana del 22 de diciembre. Dos días después de dejar Constantinopla, la epidemia que había asolado la ciudad comenzó a remitir. Aunque muchos de los tripulantes seguían convalecientes, solo cinco aún tenían fiebre y estaban mejorando. Entre los enfermos que Vicente había evacuado de Constantinopla se encontraba el capellán, lo que le obligó a solicitar uno provisional.
Durante su estancia en Constantinopla, al menos cuatro veces a la semana, el soberano era saludado al pasar cerca de la fragata. Sin embargo, la pólvora escaseaba; solo quedaba un tercio de la dotación y parte de ella estaba húmeda. Vicente solicitó al encargado de negocios de la Corte que le proporcionara doce o quince quintales, pero al no encontrarlos, los pidió al Gobierno. El capitán Baxá respondió de manera ambigua, pidiendo que le enviaran un oficial para hablar sin problemas. A las cuatro de la tarde, un alguacil llegó con 50 barriles de pólvora y un mensaje: todo el arsenal estaba a disposición de Vicente, como muestra de amistad y aprecio hacia los españoles. El encargado, que estaba en la fragata, le aconsejó aceptar la pólvora y usarla para el servicio de vela, además de regalar al funcionario cien monedas, como era costumbre. Vicente intentó hacerlo, pero el alguacil se negó, diciendo que, si aceptaba, a su jefe no le gustaría. La pólvora aún no había sido pesada, pero cuando lo fuera, se haría el cargo correspondiente al condestable. Hasta el último momento antes de partir del puerto de Constantinopla, Vicente informó al embajador tunecino que estaba listo para devolverlo a su patria, siempre y cuando él y su séquito hicieran 19 días de cuarentena, airearan sus ropas y las perfumaran. El embajador, sin embargo, consideró vergonzoso para los turcos temer a la peste y se negó rotundamente a cumplir con la cuarentena, mostrando una falta de agradecimiento por los favores recibidos.
Vicente, siguiendo el consejo del encargado, actuó para salvar la fragata y liberar a la tripulación de la plaga, asegurando que era una gran fortuna haberse librado de ella, cuando casi ninguna embarcación había salido de Constantinopla sin contagio. La epidemia había causado estragos, incluso en las casas de los ministros, y, según el encargado, recientemente se había declarado en la casa imperial, a pesar de vivir encerrados. Vicente puso todo esto en conocimiento del Ministro de Marina, añadiendo que, una vez concluida la cuarentena, se dirigiría al departamento de Cartagena.
Por los gastos ocasionados en el transporte del embajador tunecino, Hore solicitó al Príncipe de la Paz, Godoy, una gratificación que recibió sin obligación de descuento. Nuestro paisano participó, junto con Federico Gravina, en el combate que la Armada española sostuvo con la inglesa, del almirante Nelson, en el cabo de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805.