
He tenido el honor de entrevistar a Conchi Llario Ciudad, una destacada miembro de la comunidad de las Hermanas de la Providencia. Nacida en Calzada de Calatrava, es hija del médico don Blas y de doña Concha, y la segunda de ocho hermanos. Su vocación religiosa comenzó a gestarse a los ocho años, cuando ingresó en el colegio fundado por las Hermanas de la Providencia y su Padre Fundador en su pueblo natal. Desde pequeña, Conchita fue muy querida por las hermanas y el Padre Fundador, lo que la inspiró a seguir sus pasos. A los 15 años, se trasladó a Salamanca para convertirse en Misionera de la Providencia, con el deseo de ayudar a los demás y cuidar de los niños, como ella misma decía, quería ser “criada” para cuidar a los niños. En Salamanca ha sido una figura muy apreciada tanto por padres como por alumnos. Su dedicación a la enseñanza se prolongó hasta los 70 años, demostrando siempre una gran capacidad y amor por su labor. Su historia es un testimonio de amor, entrega y servicio a los demás.
Esta entrevista forma parte de mi segundo volumen de Calzada de Calatrava y su historia, donde exploro tanto la intrahistoria como la historia de personajes y hechos famosos de nuestro querido pueblo —a lo largo de sus páginas, descubrirá relatos personales conmovedores y eventos históricos que nos permiten entender mejor nuestra verdadera esencia y legado —. A continuación, comparto sus respuestas a las preguntas que le he formulado, esperando que su experiencia y sabiduría sean una fuente de inspiración para todos.
Dígame dónde estaba situado el colegio y por qué calle accedían los alumnos.
El colegio estaba en la calle José Antonio —actualmente la calle Empedrada— y daba también a la calle Real, que era por donde las niñas entrábamos a clase y a jugar… Yo recuerdo que había un hoyo muy grande en el centro.
¿Cómo se organizaban físicamente las clases en el colegio y qué tipo de enseñanza impartían las Misioneras de la Providencia?
Al principio, las clases eran arriba —amplias y con mucha luz— y luego, cuando empezamos bachiller, bajamos al piso de abajo, donde las clases eran más pequeñas. Abajo vivía una señora que hacía flores. Se preocupaban mucho de que aprendiéramos todas las niñas, tanto intelectual como espiritualmente, pero un poco como la enseñanza de antes: hacer esto y si no castigo. Recuerdo que íbamos a examinarnos a Puertollano.
Describa la estructura y las instalaciones del centro
Era un colegio muy grande —con clases en la planta baja y planta alta—. El comedor y la capilla estaban arriba, con unas galerías muy grandes. El Padre Fundador dormía y trabajaba en la planta alta, ayudando mucho a las hermanas. Éstas vivían en la parte de arriba, en celdas pequeñas, y tenían un comedor al lado de la capilla. Las niñas nunca pasábamos porque eran de clausura. En el vestíbulo de la capilla estaba la cocina. La capilla era muy larga, y delante estaba el sagrario, dos ángeles en el altar y, presidiéndola, la Virgen de la Inmaculada. Todo lo fueron arreglando con dinero que pidieron prestado a algunos padres, que luego lo devolvieron. Recuerdo que, para cambiar los pisos de las clases y las galerías, las niñas íbamos al camión y comprábamos los baldosines, pues las hermanas no tenían dinero. Le ayudábamos mucho, pero más nuestros padres.

¿Podría describir cómo era un día típico en el colegio, desde que salía de su casa hasta la finalización del horario escolar? Me gustaría saber sobre las actividades diarias, incluyendo las actividades religiosas, especialmente las que se llevaban a cabo en el mes de mayo.
Recuerdo que entrábamos muy pronto, a las ocho y media de la mañana. Teníamos formación y luego íbamos cada una a nuestra clase. El recreo era a media mañana, y se salía a comer, menos las que estábamos como mediopensionistas. Yo recuerdo que nos quedábamos las cuatro hermanas que íbamos al colegio, creo que para ayudar económicamente a las hermanas. Las sillas que usábamos las habían regalado mis padres y las mesas también fueron regaladas. Aún tenemos aquí, en Salamanca, las mesas en la Casa de Formación para campamentos. Por la tarde, antes de comenzar las clases, rezábamos en la capilla el rosario, menos en el mes de mayo, que lo hacíamos después de las clases, con los padres que iban. En Cuaresma hacíamos el rezo del «Vía crucis». Al finalizar las clases teníamos recreo, merendábamos e íbamos a estudiar, nuevamente, hasta las nueve. A veces, teníamos formación antes de irnos… En fin, que estábamos prácticamente todo el día en el colegio. Algunos días teníamos misa y, una vez al mes, teníamos retiro, que era impartido por don Félix. Hacíamos muchas funciones, unas en el teatro de El Bonito y otras en el colegio, sobre todo el día dos de febrero, que era una fiesta grande en el colegio, donde teníamos muchas actividades con las hermanas. Salíamos de paseo con ellas e íbamos al colegio a jugar, aún sin haber clase. Disfrutamos cucho y los pasamos muy bien, menos cuando nos castigaban, que era normal.

Tengo entendido que la Virgen que había en la capilla fue donada por su madre. ¿Es correcto?
Todas las personas que podían regalaban cosas para la capilla. Sí, mi mamá regaló la Virgen, que es la Inmaculada Concepción. La tenemos, actualmente, en una capilla pequeña en la Casa de Formación, que es donde yo vivo actualmente.
¿Usaban algún tipo de uniforme en el colegio? Si es así, ¿podría describir cómo era? Además, ¿qué libros utilizaban para el aprendizaje?
El uniforme de invierno tenía manga larga y un lazo, tablas en la parte de abajo. El de verano llevaba una blusa blanca y una banda azul, que también llevaba el de invierno. Y una chaqueta azul. Llevábamos abrigo azul, con botones dorados y dos pliegues atrás. En las clases llevábamos un babi blanco. No todas las niñas podían comprar el uniforme, de ahí que lleváramos babi, para estar vestidas todas iguales. Teníamos un libro por cada una de las asignaturas, pero no recuerdo ni como eran ni la editorial.

Describa cómo era el hábito que vestían las hermanas monjas
Era blanco. Una bata blanca, un mandil —que significaba servicio a los demás— y una toca verde —que significaba confianza—. El día que yo tomé el hábito fue un día muy grande para mí, y de mucha ilusión.
¿Podría compartir cómo sintió la llamada de Dios y su vocación por la vida religiosa? Nos gustaría saber sobre los eventos o personas que influyeron en esta decisión tan importante.
Era un 25 de abril. Íbamos a comer el hornazo con una de las hermanas en el campo. Yo iba con una amiga hablando y me dijo que hablaría con la hermana Rosario porque quería ser Misionera. Entonces, le dije que a mí también me gustaría, pero que no dijera nada porque me daba mucha vergüenza. Le hablo a la hermana de mí y a los pocos días me llamó. Me animó para que se lo dijese a mis padres. Cuando así lo hice, les cogió por sorpresa, ya que nunca pensaron que yo les iba a decir tal cosa. Mi papá me dijo que esperase hasta los 18 años y mi mamá me dijo que cuantos más hijos tenía más nos quería. Ellos hablaron con la hermana Pura y el Padre Fundador, preparándome todo para irme en agosto a Salamanca. Mi padre creyó que era cosa del momento y en septiembre me vino a buscar. Cuando vio que no me iba, ya fue otra cosa. Les costó muchísimo. Decía mi mamá que siempre se iban llorando, pero yo nunca los vi en ese estado. Todas las hermanas y el Padre Fundador cuidaron mi vocación y se preocuparon mucho de mí. No fueron años fáciles. La hermana encargada de mi formación tuvo mucha paciencia, pero la ilusión de ser Misionera me sostenía y me hizo superar todas las dificultades. Todo lo aprendes con los años, ¡y vaya si aprendí!
Llegó la toma de hábito, ¡y qué ilusión! Además, mi hermana Amparo hizo ese mismo día su Primera Comunión. Mis padres lo festejaron como una boda. Los años fueron pasando y yo, con mucha ilusión, me fui haciendo una gran Misionera. Me hice profesora y he estado dando clases hasta los 70 años, siempre con la misma ilusión. El Padre Fundador murió fruto de un accidente de coche, lo que costó muchísimo porque era quien llevaba la Obra, pero todo lo fuimos superando, con la confianza puesta en Dios y con la seguridad de que íbamos a salir.
¿Cuál fue la reacción de su familia y amigos cuando se enteraron de que había decidido convertirse en Misionera de la Providencia?
Ya he dicho que les costó muchísimo. No se esperaban que tomase esa decisión, pero eran muy religiosos y no me lo impidieron. En relación con mis amigas, hubo diferentes reacciones. Yo era muy movida en casa y fuera del colegio, pero en el colegio era muy vergonzosa y tímida. Yo creo que, a mis padres, lo que más les costó fue que no fuera a casa casi nunca, y que no pudiera participar en las cosas de la familia.
¿Podría hablarnos sobre las monjas que enseñaron en el colegio durante su etapa como alumna? Nos gustaría conocer sus principales virtudes y defectos.
Como en todos los sitios, unas te gustan más que otras. A unas las quieres más que a otras. Unas tenían más genio y otras más paciencias. Pero yo las quería a casi todas mucho, y ellas me querían a mí.
¿Mantuvo contacto con alguna de las monjas a lo largo de los años, aunque supongo que ya todas habrán fallecido?
He vivido con todas, porque nos juntábamos muchas veces. La convivencia ha sido muy buena y he disfrutado y llevado muy bien con todas. ¡He sido muy feliz en la convivencia con ellas!
Explique el tipo de disciplina que se aplicaba y mencione alguna regla o norma que fuera especialmente importante en el colegio.
La disciplina era muy exigente. A veces no lo comprendías, ni lo aceptabas. Las virtudes que ellas pretendían era la sinceridad, la verdad, el respeto, que todas las alumnas fuésemos iguales en el colegio. No había distinciones, pero lo más importante era la confianza en Dios, ese fiarnos de Él y ver todo como venido y permitido por Él.
Después de su rica experiencia religiosa, ¿qué mensaje le gustaría transmitir a las nuevas generaciones?
Que merece la pena seguir a Jesús, que Dios sigue llamando. Si alguna siente la llamada de Dios, que le siga. Que hay dificultades, las hay, pero ¿en qué vocación no las hay?
Por último, si hay algún aspecto que no he tocado y lo considera realmente relevante, le agradecería que lo añadiera a este cuestionario.
Creo que está todo bien. No sé si te he respondido como esperabas. Han pasado ya muchos años.
Muchas gracias, Hermana Conchita, por su tiempo y por compartir con nosotros su valiosa experiencia y sabiduría. Sus respuestas han sido muy completas y enriquecedoras. Todo lo que ha compartido es muy relevante y apreciado, no sólo es un testimonio personal de su vida y vocación, sino también una valiosa pieza de la historia del colegio de Calzada de Calatrava. Sus recuerdos y experiencias nos permiten conocer y preservar una parte importante de nuestro patrimonio local, que muchos de nuestros paisanos quizás ya no conocen. A través de esta entrevista, esperamos que las nuevas generaciones puedan apreciar y valorar la rica historia de nuestra comunidad.
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