Artículo escrito por José Antonio García-Noblejas -Boletín de Información Municipal de Ciudad Real, 1967.
La gloriosa Orden Militar de Calatrava, tan influyente desde su origen en el desenvolvimiento histórico de La Mancha, profundamente enraizada en todos sus aspectos –en lo religioso y político como en lo económico y administrativo- ha merecido siempre entre nosotros, la atención de eruditos e investigadores locales, con tanto interés y rigor en los últimos tiempos, como la conmemoración de su VIII Centenario por el Instituto de Estudios Manchegos y la excepcional exposición histórica –documentos, mapas, códices, armas, objetos de arte- montada para inaugurar la Casa de Cultura de la capital en 1961.
Pues bien, de su prolongada y fecunda historia vamos a ocuparnos ahora de hechos poco conocidos: de los tristes episodios en que se produjo la extinción de su vida conventual, a la que prácticamente había quedado reducida su actividad una vez perdido el valor militar de la Orden al término de la Reconquista.
Episodios nada gloriosos por cierto, mas no por ello de inferior interés histórico; desapercibidos también para los españoles de su tiempo, inmersos como se hallaban en la tragedia de la primera guerra civil del siglo XIX y que hemos extraído de ese inmenso acervo documental que es la Sección de Órdenes Militares del Archivo Histórico Nacional, en cuyo voluminoso legajo 60-55 podrá encontrar el curioso investigador las pequeñas noticias complementarias, omitidas aquí en aras de la brevedad.
Ocho años enteros comprende esta que pudiéramos llamar última etapa de la historia conventual de Calatrava: los que van del comienzo de 1828 a los del 1836 en que el Convento -«Sacro, Real y Militar»- desmoronado y ruinoso, dispersos sus moradores, ha despedido para siempre a su último Prior.
En la fecha inicial de esta etapa, la vida del Convento va recuperando lentamente el orden y disciplina que le fueron propios, superados los estragos de la guerra de la Independencia y los más graves todavía de la indisciplina de sus monjes en los años inmediatos anteriores, últimos del reinado de Carlos IV.
Merced al celo incansable del Consejo Supremo de la Órdenes Militares y a la buena mano de los Visitadores extraordinarios de Calatrava, el Convento va enderezándose por cauces de normalidad en los años a que nos referimos, postreros del reinado de Fernando VII, que precedieron al desastre final.
A comienzos de 1828, vacante el cargo de Presidente o Prior del Sacro Convento, frey D. Sebastián Malfeito se dirige el 10 de febrero a los señores del Consejo, manifestando que como el Subprior frey D. Diego Xijon se hallaba con licencia vitalicia, correspondía la presidencia al religioso más anciano, que lo era frey D. Manuel María de Haro, Cura Ecónomo de La Calzada, cargo incompatible con aquél, por lo que, siguiéndole en ancianía, solicitaba el nombramiento correspondiente.
No consta la resolución del Consejo, que en 7 de junio eleva al Rey la terna siguiente:
1.º Frey D. José Padilla.
2.º Frey D. José López Montemayor, y
3.º Frey D. Valeriano López de Torrubia (Cura de Argamasilla de Calatrava, que diez años después, siéndolo de La Calzada, sería fusilado de orden del General Narváez).
Se designa al primero de la terna, Cura de Puertollano, que fallece muy en breve: en la madrugada del 3 de octubre.
Nueva vacante del priorazgo y nuevo nombramiento en favor de Frey D. Laureano Bullido de Alarcón que renuncia inmediatamente (15 de enero de 1829).
Finalmente designado el valdepeñero Frey D. Antonio Muñoz, Prior de Santa María de Martos, tampoco acepta de momento y el 12 de junio se halla aún en su pueblo natal «cuidando a su anciana madre», pero resuelto al fin, ya está en su Sacro Convento el 10 de octubre, fecha en que recibe allí mismo el título de Prior, último que llegaría a aquella nobilísima mansión. Es Subprior Frey D. José-Agustín de Oviedo.
Bajo su presidencia, la vida del Convento marcha de nuevo hacia su futuro y por ello, cumplido el trienio de duración del cargo, en 1832, se le prorroga expresamente por otro periodo igual, durante el cual la santa casa, dejada de los hombres, hallará fin ignominioso. Triste sino, pues, el de Frey D. Andrés Muñoz, último Prior de Calatrava.
Comienzan tiempos azarosos, crueles. La primera guerra carlista surge inmediata al fallecimiento de Fernando VII en 29 de septiembre de 1833. El histórico Convento de Calatrava no será excepción en el frenesí persecutorio de los Gobiernos y de las masas, bajo el demagógico estallido liberal.
Un Decreto de la Reina Gobernadora fechado en Aranjuez a 26 de marzo de 1834 (gobierna Martínez de la Rosa) dicta rigurosas medidas contra los Institutos religiosos, invocando que «una lamentable experiencia ha hecho conocer que algunos Monasterios y Conventos han sido y son profanados con hechos y planes subversivos…» y el 17 de julio del mismo año, bajo el burdo pretexto de envenenar las aguas de Madrid, se produce la masiva matanza de frailes en la Corte, de todos conocida.
Malos vientos soplaban para Cenobios y Monasterios en el año 1835, huidos casi todos los religiosos. El nuevo Gobierno que preside el Conde de Toreno disuelve la Compañía de Jesús y manda cerrar todos los Conventos que tuvieran menos de 12 individuos. En este ambiente llega la catástrofe para el de Calatrava: en la tarde del 12 de agosto, el Alguacil de la Dehesa de Calabazas da cuenta de haber visto salir humo de allí y al tratar de comprobarlo es sorprendido por una gran llamarada, desplomándose toda la cubierta, salvo la de la capilla. Es la fecha histórica en que termina indignamente su larga y gloriosa historia.
Si en ello cupo o no alguna parte a los propios frailes, como quiere la tradición popular, nada dice la documentación comentamos y no hay base por tanto para afirmarla o negarla, pues tampoco podemos desechar la hipótesis de que alguien ligado a Calatrava, desesperado por el destino que se cernía sobre el Convento, lo entregara a las llamas antes que a la profanación.
A partir de este momento distintos organismos del Gobierno van a precipitarse, cuervos en campo de muerte, sobre los restos sustanciosos de Calatrava, hasta agotar en públicas subastas, en dos desamortizaciones, sus pingües quintos y dehesas: es la obra característica de Mendizábal que sube al poder el 14 de septiembre de 1835.
Nada más que dos semanas más tarde, el 28 de septiembre, el Presidente de la Junta de Gobierno de Almagro, D. Luis Medrano y Treviño, comunica al Prior la orden de que Frey D. Francisco María Gallo, Subprior y Cura de San Bartolomé, salga inmediatamente para el pueblo de su residencia, lo que hizo aquella misma noche. Y en la tarde siguiente se presenta en el Convento, con el Secretario y dependientes de aquella Junta, notificando «que de orden superior gubernativa de la Provincia quedaba suprimida aquella casa» debiendo sus moradores pedir pasaporte inmediato para sus pueblos respectivos, menos el Prior, que no podría hacerlo sin formar antes los inventarios. Ante tan gravísimos acontecimiento, el desolado Prior se dirige al Consejo de las Órdenes en ruego de que se sirve designar persona a quien entregar el gobierno espiritual de la casa.
Esto sólo faltaba para culminar la ignominia: la muerte jurídica de aquella mansión, colmada de nobleza y de gloria, por orden de la autoridad provincial, sin el menor respeto para las altas disposiciones de Reyes y Pontífices que la crearon. Al signo destructor y rencoroso de la política a la sazón imperante estaba reservada tamaña villanía.
Y rodando por el plano inclinado por el que se hundían los valores tradicionales de España, el Consejo de las Órdenes otorga la administración de los bienes de Calatrava al Párroco de Madre de Dios, D. Fernando María Herrero, y cayendo más bajo aún, el Comisionado Provincial de Amortización, la encomienda poco después a cierto vecino de Torrenueva.
Por ese tiempo la plebe campa a sus anchas y así una columna liberal acantonada en Puertollano, con ciertos cazadores que la acompañaban, ocupa la llamada Casa de la Alameda, propia de la Orden y hasta entonces intacta, y destrozan todo: rompen a balazos la campana de la Iglesia, desgarran el misal, profanan los objetos de culto, se llevan lo que pueden, centeno, garbanzos, pitos… de todo nos da noticia esta curiosa información.
La Dirección de Arbitrios de Amortización va a entrar seguidamente en escena, con sus trámites curialescos, iniciando la gusanera que acabará con los restos insepultos, pero provechosos, de Calatrava.
Finalmente, Frey don Andrés Muñoz, último Prior, dirige todavía una postrera comunicación a los señores del Consejo, en la que para nada se menciona el Convento, diciendo simplemente que como su Alteza le había autorizado para fijar su residencia en el pueblo que eligiera, se había trasladado al suyo de Valdepeñas, donde tiene casa y familia.
La gloriosa historia de Calatrava termina así.
Fuente: Artículo escrito por José Antonio García-Noblejas en el Boletín de Información Municipal de Ciudad Real.