Recuerdos sobre mi vida educativa

Pilar Aragonés

Entrada al colegio Ignacio de Loyola, de Calzada de Calatrava

Seguimos con el proyecto que trata de que maestros y profesores, ya jubilados, escriban sobre su vida relacionada con la educación. Gracias a Cándido (a) El Cuco, por ir recordándome con quienes puedo ponerme en contacto, y a Isabel Aragonés, con quien me puse en contacto para hacer realidad este artículo.

Muchas veces me he preguntado cuándo se despertó en mí la vocación por la educación y, después de pensarlo, he encontrado la respuesta: las clases recibidas por mi prima Mari Pepa, para prepararme todas las asignaturas del Bachiller Elemental, sembraron en mí una semilla que al finalizar C.O.U. había germinado. Quería ser maestra.

Estudié la carrera en la Escuela Universitaria del Profesorado, en Ciudad Real. Aprobé la oposición en el verano de 1977 y, en la última semana de septiembre, tomé posesión de mi plaza como propietaria provisional en el colegio Agustín Sanz, de Moral de Calatrava. Me adjudicaron un 2º curso, con 38 alumnos y poco material que yo suplía con la ilusión y ganas de hacer bien mi trabajo. ¡¡¡Eran mis primeros alumnos!!!

A los pocos meses viví la anécdota, quizás, más graciosa de mi vida como maestra: algunos niños llamaban “amarrón” al color marrón; yo se lo corregía diciéndoles que había que quitarle la “a” del principio de la palabra. Una tarde, en la clase de plástica, un niño me dice:

  • Seño, necesito papel “marillo”.
  • ¿Cómo? No te entiendo. ¿Papel “marillo”? ¡Será papel amarillo!
  • No, seño, “marillo, tú nos dices siempre que hay que quitarle la “a” a los nombres de los colores.

Me eché a reír y, aún hoy, recordarlo después de tantos años provoca en mí una sonrisa. Jamás olvidaré esta anécdota. Conociendo a los niños, pienso que fue un razonamiento lógico.

Mis destinos siguientes fueron: Viso del Marqués, de nuevo Moral de Calatrava, Puebla de Don Rodrigo (mi primer destino definitivo) y Bazán –un pueblo de colonización de 250 habitantes- donde estuve cinco años en la Escuela Graduada Mixta. En las dos aulas del centro, mi compañero Antonio y yo impartíamos la Educación Infantil (entonces de 4 y 5 años) y los ocho cursos de la E.G.B. Fue complicado pero con ilusión y trabajo, mucho trabajo, lo sacamos adelante. Realizamos excursiones y nuestros alumnos conocieron Madrid, Segovia, la  Costa del Sol (Torremolinos) y Galicia. En esta actividad estaban implicados los alumnos y, de manera especial, las familias y el pueblo entero. Para ellos era un acontecimiento, la mayoría no había viajado más allá de Valdepeñas (para ir al médico o de compras) y, por supuesto, nunca habían dormido fuera de casa. ¡Qué buenos recuerdos guardo de esas excursiones!

Llegué al colegio “Ignacio de Loyola” por un concurso de traslados, el 1 de septiembre de 1986. En aquel momento era la única maestra del centro, las profesoras de Preescolar (la Educación Infantil de ahora) tenían sus aulas en el parvulario del parque Reina Sofía.

¡Cómo han cambiado los tiempos!, ahora el claustro lo componen en su inmensa mayoría maestras; lo mismo ocurría con el alumnado, por entonces, en 1986, casi todos eran chicos (aunque era un colegio mixto). Poco a poco esta situación fue cambiando, las chicas se incorporaron al centro y la matrícula se igualó en cuanto al número de niñas y niños.

Aunque era bastante más joven que la mayoría de mis compañeros, no tuve ninguna dificultad para establecer buenas relaciones en el ámbito personal y profesional. Me acogieron con amabilidad y siempre estuvieron dispuestos a ayudarme en todo lo que necesitase. Pronto me adapté a mi curso, un primero con bastantes alumnos, a mi compañero paralelo de nivel, al resto de mis compañeros, a los espacios del colegio… en pocos meses ya era “mi colegio” y así ha sido y será siempre para mí. Mis treinta años en el colegio han dado para vivir muchas experiencias, profesionales y personales, de todas he aprendido porque me han ayudado a crecer como persona.

Recuerdo, con cariño, los festivales de Navidad, la fiesta de fin de curso con la graduación de los alumnos, la celebración del día de la Paz. Para todos (alumnos, familias, maestros) suponía un trabajo extra pero, viendo disfrutar a los alumnos, nos quedaba la satisfacción del trabajo realizado. De las actividades no lectivas no puedo olvidarme de las excursiones. Hemos conocido las cinco provincias de nuestra comunidad, gracias al programa “Conoce tu región” de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, así como otras ciudades españolas: Madrid, Granada, Sevilla, Córdoba. Conocer nuestras raíces y nuestro patrimonio nos ayuda a quererlo, apreciarlo y protegerlo.

Una de las actividades que más satisfacción me produjo, y creo que al resto de mis compañeros, fue la exposición que organizamos, en 1992, recordando épocas de nuestros antepasados: reunimos documentos (cartas, postales, escrituras, cartas-dotes…), ropas (de vestir y de casa), juguetes, enseres de casas… y todo aquello que utilizaron nuestros mayores. Fue emotiva y tuvo mucho éxito, hasta el punto que nos concedieron un premio la Consejería de Educación: un viaje a la Exposición Universal de Sevilla y que disfrutaron un grupo de alumnos, acompañados de varios profesores. Nos implicamos todos en el trabajo y, como todo esfuerzo, tuvo su recompensa.

He conocido siete leyes de Educación, desde la de José Luis Villar Palasí (1970) hasta la LOMCE y he vivido muchas reformas educativas, pero mi vocación siguió como el primer día.

Recuerdo, con gratitud y cariño, a todos mis compañeros: desde los que tuve en los primeros años hasta los últimos de los del curso 2016-2017. De todos ellos he aprendido en lo profesional y en lo personal, de la experiencia de los mayores y de la “savia nueva” de los más jóvenes.

No quiero, ni puedo, olvidarme de mis alumnos, de todos, desde aquellos niños de siete años, del curso 1986/87 hasta los ya adolescentes del 2016/17. La mayoría habrán logrado sus metas, personales y profesionales, otros estarán luchando con la esperanza de conseguirlas. Son y serán buenos profesionales, responsables y honestos, pero de lo que no me cabe duda es que son BUENAS PERSONAS. Juntos hemos puesto el ladrillo del edificio que se llama vida. Gracias por permitirme estar ahí, con vosotros.

Llegó el momento de la jubilación, mi vida a hora es diferente, no ejerzo mi profesión, pero mientras esté viva seré MAESTRA. A todos los que habéis formado parte de mi vida profesional, ¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!

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