Primer día de declaraciones por herejía en Almadén

Ruinas del Convento de Franciscanos, en el extrarradio de Almadén.

Ruinas del Convento de Franciscanos, en el extrarradio de Almadén.

En la misa de la mañana del 4 de mayo de 1760 en la Parroquia de Almadén, después del ofertorio, se leyó el edicto de fe y se conminó a los vecinos a denunciar a quien hubiese incurrido en herejía. A la mañana siguiente, Juan Antonio Calero y Arcayos –presbítero de Almadén- compareció en la casa que tenía la Inquisición para declarar sobre algunos capítulos del edicto publicitado el día anterior por el Santo Tribunal. Como juez de este proceso que se iniciaba resultó elegido el cura rector de la parroquia de Santa María de la Estrella, del hábito de Calatrava, Pedro Gijón y Triviño, que nombró como notario a Andrés Ortiz de Puelle, presbítero y vecino de Almadén. A esta primera declaración le siguieron muchas más, en las que decenas de vecinos denunciaron varios casos heréticos (brujería, bigamia y protestantismo).

Juan Antonio Calero declaró haber oído de varias personas que Ana Marín practicaba la brujería, confirmado con la conversación que tuvo con su tío José Arenas que le dijo que viniendo con un carro cargado de leña por la calle Real atropelló y mató a un cerdo, generando una bulla en la calle a la que se incorporó Ana desde su casa y reconociendo que el cerdo era suyo entabló una riña con su tío llegándole a decir que se lo pagaría. Sintiéndose su tío amenazado, le dijo que si a alguno de su casa le llegase a doler la cabeza cogería un palo y le quebraría todos los huesos. A partir de ese día, cuando salía a cazar, por muchos tiros que hacía no lograba matar ningún venado por lo que creyó que su vecina le había echado mal de ojo. Fue a su casa a decirle que qué le había hecho a su escopeta, porque no podía matar a ningún animal; al principio Ana se excusó y después dijo que se largara, cosa que hizo y ya comenzó a cazar como antes. Dijo Juan Antonio que la noche del día en que se leyó el edicto de fe estuvo conversando sobre su lectura con Pedro Bejarano y José Real en casa de éste último. El primero dijo que en tiempos pasados hubo un joven soltero, llamado José Usano, que se encontraba enfermo e iba al convento de religiosos de San Francisco, situado a las afueras de Almadén, a pedir por su salud y viendo que no mejoraba su familia recurrió a Ana Marín para que lo curase, a lo que ésta respondió que lo haría siempre y cuando se casara con una hija suya, llamada Bárbara. Como el enfermo no aceptó la condición no aceptó la petición de curarlo y cuantos más remedios buscaba en la iglesia más empeoraba, hasta que murió sentado en la silla de su casa. Pedro Bejarano refirió que unos cerdos de Ana Marín pasaron a una cerca suya, en el extrarradio del pueblo, y se comieron la siembra varias veces. Advertida de lo sucedido no hizo caso por lo que decidió matar a un cerdo con su perro, dejarlo en la pared de la otra cerca e ir a la casa de Ana Marín para, en presencia de su marido que estaba haciendo corchos, decirle que fuera a por el cerdo que había matado ya que no había hecho caso de cuidar de que no destruyera su cosecha. Esto originó una riña entre ambos y, ante las amenazas, Pedro le dijo que tuviera cuidado si a su familia le pasaba algo; al regresar a su casa dijo que no la recibieran ni le dieran nada si venía, aunque a escondidas no dejaban de darle algo, hasta de mamar a una nieta suya la mujer de Pedro. Un día fue a pedir una caldera y se la negaron diciendo que no estaba en la casa, a lo que la hechicera respondió que estaba en la cámara, que lo que no querían es dárselo. Pedro fue a ese sitio y comprobó que, efectivamente, allí estaba la caldera.

Juan Antonio Calero denunció a La Lorcana por hechicera, ya que había oído a María Vargas decirle que había ido a curar a su madre, Josefa Vargas, porque estaba con un fuerte dolor de cabeza que no se le pasaba. La Lorcana pasó a la habitación donde estaba la enferma y echó tres gotas de aceite en un cazo de agua y viendo que se hundían les dijo que le habían echado mal de ojo. Como le repitió el dolor la llamaron nuevamente, pero esta vez no se hundieron las gotas de aceite, por lo que les dijo que no era mal de ojo. El denunciante, al enterarse, le dijo a María Vargas que estaba obligada a declararlo en el Santo Oficio, bajo excomunión si no lo hacía.

El presbítero también oyó a personas de Almadén, hará sobre unos seis años, que Francisca Amador (a) La Sola, viuda de Francisco Blázquez, se volvió a casar con Juan de la Calle cuando su marido Francisco Sola se ausento de la villa con el pretexto de que había fallecido. Estando ya casada de segunda, regresó su primer marido a hacer vida con su mujer y, entrando en Almadén, se enteró que su mujer se había casado con otro por lo que fue a hablar con un sacerdote, llamado Gonzalo Tirado –ya fallecido-, quien le aconsejó que se fuese a vivir con su mujer ya que el matrimonio válido era el suyo. No aceptó el consejo y se fue del pueblo, sin haberse sabido nada más de él. Al morir su segundo marido se casó con Francisco Blázquez. Que de lo anteriormente dicho nadie sabe nada, salvo Gonzalo Tirado.

Calero declara que tuvo noticia, en presencia del presbítero de Almadén Juan Antonio Fernández Calderón, de un sujeto, a quien apodan Concan, que habla sobre señales de astros, estrellas y cabañuelas, por lo que fue a verlo y le preguntó qué sabía de las señales del día de la conversión de San Pablo a lo que le respondió que había observado tres señales: serenidad, niebla y una tercera de la que no se acuerda. Ese mismo día pidió que le informara sobre el tiempo que iba a hacer, a lo que contestó que llovería antes de las cuatro de la tarde. Calero y Juan Antonio apostaron cuatro reales a que no llovería hasta la media noche; a lo que Concan les respondió que, como él sabía que tenían que ir a Alamillo, si no querían mojarse que se marcharan ya mismo porque llovería a la hora que les había dicho. Y así fue. También se refirió que en Gargantiel hay otro sujeto, llamado Manuel Azaones, que observa las estrellas, entiende de cabañuelas y orienta a sus vecinos sobre cuándo deben sembrar.

Pedro Bejarano, entibador minero, fue el segundo vecino que declaró el mismo día sobre las cuatro de la tarde y dijo haber oído el edicto por lo que tenía que manifestar que una mujer viuda, apodada La Coja de Palo, era hechicera y que otra mujer, a la que llamaban María la del Maestro, también curaba y, de hecho, vio cómo lo hizo con su padre, ignorando qué enfermedades cura y cómo lo hace. También se ha enterado por otras personas que Ana Marín era también hechicera, y que su hija Bárbara entró en su casa un día a pedir una caldera y su mujer, Agustina María Puebla, dijo que  no estaba, a lo que le replicó que no se la querían dar pues estaba en un lugar de la cámara. Comprobando que así era, cuando Pedro salió de su casa, Agustina se la dio y cuando se la entregó le regaló un puchero de arrope. Al enterarse el marido, enfadado, dijo que lo tirasen al estercolero. Contó también lo que le sucedió con los cerdos de Ana Marín, que pasaba a su cerca a comerse lo sembrado, llegando a matar uno de ellos; que sabía del maleficio que Ana Marín le había hecho a José Usano, que se hallaba enfermo e iba a pedir por su mejoría al convento de franciscanos que había en el extrarradio de la villa; que había oído hablar de que La Lorcana curaba el mal de ojo; que Manuel Azaones sabía interpretar las cabañuelas y que un hijo de la viuda de Juan Beltrán sabe si va a llover o no a través de los astros y planetas.

A las cinco de la tarde declara Juan Fernández Calderón, presbítero teniente cura de la parroquia y vecino de Almadén, y dice que Pedro Bravo (vecino de Agudo) vino a su casa preguntando por Ana Marín para que le diese una medicina porque su hermana estaba mala por algún maleficio. Viniendo la hechicera a su casa dijo que no la podía curar sin que hubiese presente alguna ropa de la que tenía puesta la paciente, por lo que ordenó que la trajeran  junto con un puchero nuevo sin estrenar con miel virgen. Una vez traído lo indicado, se quedó con el justillo (prenda interior sin mangas que comprime y moldea el cuerpo desde el pecho hasta la cadera) y echó la miel en el puchero, añadiendo unos polvos que sacó del pecho. Mandó que tomara la enferma ese mejunje por la mañana, en ayunas, hasta que se acabase y que el justillo lo guardaba para observarlo. A los pocos días supo el declarante que la paciente había mejorado y se enteró de que también la hechicera curaba el mal de ojo. También dijo que esta bruja entró en su casa a curar al reverendo padre fray Juan de Almadén, de la Orden de San Jerónimo, haciéndole cruces sobre su cuerpo a la misma vez que decía ciertas oraciones; que de Siruela vino a curar a él y a Josefa Parra (mujer del sastre Juan Antonio Montes) un viejo llamado Bartolomé; que La Lorcana cura el mal de ojo y el mal de padrón [lo que actualmente se denomina hipocondría]; que un tal Concan sabe si ha de llover o no a través de los planetas y que Francisca Amador (a) La Sola se casó ya tres veces, siendo su último marido Diego de la Calle y actualmente es viuda.

Por la noche José Cabrera declara que la ya fallecida vecina Ana Marín era una bruja que había maleficiado a una tía suya que falleció de otra enfermedad, Antonia Pachona, a la que quisieron encerrarla en una cueva para azotarla y logró escapar. También oyó que había hechizado a Diego Ramírez y lo tuvo así hasta que ella quiso que se pusiera bueno. Sabe que La Lorcana curó el mal de ojo a un hermano suyo echando aceite en agua y a un caballo suyo santiguándolo, como así lo hizo otra vecina, llamada María Córdoba, con un buey; que oyó decir que Diego de la Calle y Pedro de Céspedes curan las culebrillas diciendo cierta oración y que preguntando a Diego qué oración era contestó que no era suficiente con saberla, sino que había que tener el don para curarla.

Miguel Romero dice haber oído que una mujer, llamada La Fresna, echó mal de ojo a Josefa Marín González; que a Ana Peinado la curó un hombre de Chillón, marido de La Segadora, y que Ana Marín era bruja. También Ana Muñoz Toledano ha oído decir que es bruja; que hará dos meses estuvo su vecina Provinciana Cogedor mala tras una riña con Josefa Irene, por lo que llamó a La Lorcana, que le echó unas gotas de aceite en agua y la santiguó a la vez que decía unas oraciones, más la tal Irene dijo que llamasen a una de Chillón si quería que mejorase. Isabel Montano, la última que declara ese día, dice que Ana Marín vino a curarla, porque le dolía la cabeza, y la santiguó, echó al fuego diversas hierbas aromáticas, echó aceite en el agua a la misma vez que rezaba unas oraciones. Dice que esto mismo hizo con un hijo suyo; que a un tío suyo, llamado Sebastián, lo curó también. Que su marido Alfonso Garrido le había dicho que estando su padre en las minas y deseosa su madre de verlo, Ana Marín le dijo que hiciera una raya en el suelo y la traspasara, como así lo hizo, y la madre al traspasar la línea vio a su marido sentado en una banqueta cosiendo un zapato y cuando regresó a casa su marido le confirmó que era cierto lo que había presentido y que La Lorcana, La Moraleda y otra llamada Juliana también la han santiguado.

Fuente: Archivo Histórico Nacional.

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