Uno de los proyectos más ambiciosos llevados a cabo durante el reinado de Carlos III fue el de las “Nuevas poblaciones” que consistió en poblar Sierra Morena con colonos católicos procedentes del Norte de Europa –alemanes, flamencos y suizos. Entre los nuevos pueblos que se crearon destacan Guarromán, Santa Elena y La Carolina –en Andalucía- y Almuradiel –en la Mancha. La capital de estas nuevas poblaciones fue La Carolina. De ahí que, hoy en día, haya ciudadanos que conserven sus apellidos alemanes, impropios de estos lares, así como costumbres del norte de Europa, como pintar los huevos de Pascua.
El proyecto fue llevado a cabo por Pablo de Olavide, intendente de Carlos III en Andalucía, por el que unos seis mil colonos centroeuropeos se asentaron en la ladera sur de Sierra Morena y fue financiado por el Estado, con el objetivo de fomentar la agricultura y la industria en zonas despobladas y amenazadas por el bandolerismo.
El rey Carlos III, a través de la Real Cédula –de 2 de abril de 1768- aceptó la proposición de Don Juan Gaspar de Thürriegel , coronel alemán de origen bávaro, de traer a España los colonos católicos, que fueron recibidos y dirigidos a Sierra Morena, de acuerdo con lo señalado por el Superintendente General de las Nuevas Poblaciones, Don Pablo de Olavide, bajo unas determinadas condiciones.
Se establecieron unos Comisionado en los puertos de Sanlúcar de Barrameda, Málaga y Almería, para los colonos que llegaban por mar, y otro Comisionado en Almagro, para los que venían a España por tierra. En todos los Comisionados se establecieron las mismas reglas y las mismas formalidades. Fueron estos Comisionados los encargados de inscribir, a los que iban llegando, en un libro de asientos por días, indicando el número de pobladores recibidos y anotando su nombre, la edad, la región –que era la católica-, el oficio –si lo tuviese- y el estado civil y, en caso de haber viajado por mar, el nombre del navío. Cada persona, por su inscripción, pagaba 320,06 reales de vellón y recibía un resguardo de haber hecho el pago. Los asientos se hacían según llegaban los colonos, de forma que fuera fácil de localizar a cualquiera de ellos por su nombre o su número de inscripción.
Si alguien llegaba enfermo era enviado al hospital para su curación y, una vez sanado, se le inscribía en el libro de asientos. No se le cobrara nada por haber sido atendido en el hospital.
Conforme el Comisionado recibía a la gente las enviaba a Sierra Morena, de acuerdo a lo indicado por el Superintendente General de Poblaciones. Entre ambos había una correspondencia frecuenta con el objetivo de mantener una información actualizada de los colonos que se iban asentando. Éstos, conformen iban llegando a los puertos o a Almagro, se instalaban en el Colegio que fue de los jesuitas, sobre uno o dos días, para, posteriormente, emprender el viaje a la zona de Sierra Morena que se correspondía de acuerdo al itinerario establecido. Para evitar aglomeraciones, se dividían en tandas el número de personas y se establecías dos rutas, una por la mañana y otra al mediodía.
Desde el momento de ser recibidos por el Comisionado, los gastos de manutención de los colonos corrían a cuenta de la Real Hacienda y cada uno de ellos recibía dos reales diarios, independientemente de la edad y el sexo, hasta que llegaban a su destino. A partir de ese momento era el Superintendente de las Poblaciones el encargado de su manutención, hasta que se establecían en su casa y comenzaban a trabajar.
Cada partida de colonos era dirigida por un sargento, cabo o persona de confianza del Comisionado, encargada de entregarlos al Superintendente de las Poblaciones. Para que no hubiera ninguna dificultad o reparo al presentarlos a las Justicias, llevaban un pasaporte del Gobierno militar, indicando el número de personas de la partida. Durante el camino, el encargado de dirigirla se encargaba de separar a los colonos por sexo, si no eran de una misma familia, para evitar indecencias o desórdenes, así como que los niños y las niñas estuvieran a cargo de su cabeza de familia –en el caso de que carecieran de ella, se les asignaba como tutor a una persona de buena conducta.
El dinero se le daba directamente al cabeza de familia o a la persona correspondiente, si era soltera, y no a quien dirigía la partida, para que compraran lo necesario durante el viaje y que no les faltara ningún abastecimiento.
Quien conducía la partida llevaba una matrícula de las personas que la componían –copiada del libro de Comisionado- que era entregada al Superintendente de las Poblaciones para que tuviera constancia de las personas que iban llegando.
Por último, si durante el trayecto alguno de los colonos enfermaba las Justicias debían encargarse de que fueran asistidos y curados en los hospitales con la mayor caridad y diligencia posible.