Recibe el hábito en el Convento de Aldea del Palo (San Miguel de la Ribera, Zamora), comenzando a servir en la Religión y cumplir todos sus preceptos y elige la humildad como virtud. El Demonio sigue acechándole y tiene al Maestro de Novicios por su Ángel de la Guarda, comentándole cuanto le pasaba. Lleva a cabo con ilusión todos los trabajos que le encarga el Guardián del convento y elige cómo nombre Jorxico.
Es el Convento de Aldea del Palo un Seminario de Santos, fundado por el beato Pedro de Alcántara, en donde obró muchos prodigios y allí quiso Dios que habiendo Jorge ilustrado, aunque en pocos días, la casa del Rosario con su ejemplar vida viniese a proseguir su vocación a ésta, gustoso le dio el hábito el Padre Guardián, esperando que su obrar correspondería con lo que exteriormente manifestaba, en que no padeció engaño ninguno, porque desde aquel instante comenzó a servir en la Religión y a cumplir con todos los preceptos de ella, con tanto cuidado y rigurosa observancia, que edificaba a cuantos le veían.
Alentaba a todos los novicios para los ejercicios espirituales e inventaba modos para adquirir las virtudes. Solicitó con ellos que en un juego espiritual cada uno eligiese una virtud y procurase adelantarse en ejercerse en ella, para que con santa emulación fuesen juntando un rico tesoro. Lo hicieron así y el Siervo de Dios eligió la humildad, en que toda su vida se aventajó: vivían los novicios alegres con tan buen Capitán y deseaban imitarle, pero el Demonio, que no llevaba bien tantas prevenciones contra sus acechanzas, andaba a la vuelta de estos ejercicios y en una ocasión oyó Jorque que decía: Yo no puedo ahora negociar con vosotros, porque andáis muy ocupados, pero volveré a tiempo, que pueda salir con mi intento, y vuestro daño; reconoció ser la voz de aquella bestia, que ya le había una vez burlado, y con mucho cuidado dio aviso a todos los novicios, para que viviesen advertidos, y no se apartasen en sus santos ejercicios, aprovechándose mucho y amando cada día más la virtud que había cada uno elegido.
Se reconoció Jorge en guerra conocida con el Demonio, y de todas las maneras pudo, se preparó para sus batallas; se acordaba que en el Convento del Rosario le obligó a que ocultase sus determinaciones al Maestro de Novicios y al Guardián, con que le faltó su consejo, miserablemente fue vencido y así desde que tomó el hábito vivía tan resignado en la voluntad de sus Prelados que los tenía en lugar de Dios mismo, y como a su Divina Majestad no hay nada oculto, así no quería tenerles cosa oculta, les refería cuanto obraba e imaginaba, comunicándoles todos sus ejercicios, y reduciéndose a su albedrío; teniendo siempre al Maestro de Novicios por su Ángel de la Guarda; buen principio para acertar a caminar sin riesgo por el camino espiritual el de la presencia de Dios. Ésta tenía nuestro Jorge, considerando a Dios su Maestro, y descubriéndole a él de forma que cuanto obraba era como si lo mirara, con que aseguraba bien sus aceritos; aun el estar delante de los Príncipes humanos, decía Cayetano, que era gran freno, para que un hombre compusiese el semblante, los pasos, las palabras y las acciones, como se ve con la experiencia, cuando más habiendo de dar cuenta de los más mínimos pensamientos.
Tenía gran ansia de huir hasta de los pecados veniales pareciéndole, como es cierto, que quien no los procura evitar fácilmente prepara el camino para caer en culpas graves: de esta manera pasaba su noviciado, cuidando de lo que le encargaban y haciendo muy particulares mortificaciones, para las cuales pedía licencia al Maestro y le repetía, muchas veces, le diese nuevas penitencias no contentándose con las ordinarias, haciendo protestas con estas o semejantes palabras, Hermano ha de dar estrecha cuenta a Dios, que no me da a merecer y se lo tengo de pedir en divido Juicio.
Era el Maestro de novicios hombre rígido y muy penitente, y se admiraba que no le satisfaciese las mortificaciones que le daba y solía responderle: Veté de ahí, que mañana tengo de alcanzar contigo a puras penitencias y tal vez volviéndose a los Religiosos, les decía: Más me mortificaba a mi este Novicio que yo a él. Con lo cual siempre andaba imaginando nuevas mortificaciones que darle. Y un día estando en el coro, aunque el Siervo de Dios al nombrar a Jesús o María hacía profunda inclinación, con todo esto tomó ocasión de mortificarlo haciéndose que no la hacía, como decía, y así le reprendió después en público y le mandó fuese a la puerta y se pusiese una piedra al cuello, para humillarlo. Obedeció gustoso Jorge, se ató una no poco pesada y así entró en el Refectorio y anduvo casi todo el día y cuando oía nombrar los dulces nombres de Jesús y María se humillaba hasta tocar con la piedra en el suelo.
En otra ocasión reparó que Jorge no andaba con muy buen color y le dijo: ¿Qué tienes? Y el Siervo de Dios le respondió: Algo malo me siento. Pues lleva luego, le dijo, a tu celda un colchón. Lo hizo así por obedecerle y aquel día diciendo la culpa Jorge en la Comunidad, el Maestro delante de todos le reprendió agriamente: Hermanos (decía) este nos engaña, y es un hipócrita, obra sólo por vanagloria y sólo cuida de su regalo y en su celda tiene un colchón contra nuestra profesión y penitencia. Y le mandó lo trajese puesto al cuello, lo cual hizo luego, y anduvo con él gran parte del día con gran afán, aquí tropezando y allí cayendo y sin dejar de hacer las haciendas que le tocaban.
Semejante fue a este otro caso, que le sucedió, siendo ya profeso, le mandaba el Guardián, que de un moral y unas parras que había en la huerta, cogiese todos los días por la mañana alguna fruta para los Religiosos. Lo hacía con mucha puntualidad y el Maestro de novicios tomo ocasión para mortificarle por este comino, estando toda la Comunidad junta dijo: Hermanos, desengañémonos, que éste es un hipócrita y cada día nos quiere engañar con sus acciones, y es un fraile tan destemplado y poco obediente que nos destruye la huerta comiéndose las uvas y las moras que habían de ser para los frailes y cuanto tenemos en el Convento. Quedaba el Siervo de Dios con tanta serenidad de ánimo en estas mortificaciones y las sufría con tanta paciencia, que antes reconocían todos la alegría interior que tenía y el deseo de que una mortificación suele se escalón para otra mayor; de esta manera pasó todo el año del noviciado dando ejemplo a sus hermanos, y obligándoles con su proceder a que deseasen llegase el tiempo de lograr el verle profeso.
Prosigue con los oficios que le encargan en el Convento de Aldea del Palo
Jorge cumplió su noviciado y el Guardián trató de tomar los votos de la Comunidad, para que profesase. Los ofrecieron todos los Religiosos muy gustosos y sin dilatarlo más le dieron la profesión, quedando edificación viéndolo tan humilde que parecía había ya vivido muchos años en la Religión. Le preguntaron si quería mudarse de nombre, como es costumbre en semejante ocasión, para dar a entender que como renacen para aquella nueva vida, así con las costumbres pueden mudar también el nombre. Él respondió que se llamaría Jorxico, pareciéndole que aún no merecía tener nombre de fraile, reconociéndose indigno de todo y solía decir que él era el jumento de la Religión, como veremos.
Con tanta humildad apetecía sumamente la pobreza, su hábito era el más pobre que había en el convento –muy remendado y justo que parecía todo un andrajo. Salía a pedir limosna a cierto lugar en donde había un convento grande de los Religiosos de la Observancia [Orden de Frailes Menores], llegó a la portería donde había un buen número de Religiosos en conversación, le vieron tan desarrapado y pobre que le dijeron si era fraile, se burlaron de él y le preguntaron cómo se llamaba. Jorge no respondió a lo de si era fraile pero no omitió su nombre: yo me llamo Jorxico, le dijo. Comenzaron a reírse, no haciendo caso de él. Tuvo Jorge una buena ocasión para sus designios y, como otro Junípero, que se divertía en la Viga juganco con los muchachos para que no le conocieses, asé les daba cebo a su fiesta, para con ello salir libre de la vanidad, que le pudiera ocasionar, si aquellos Religiosos superan de quien se estaban burlando, pues sin duda le dieran adecuada satisfacción.
Desde el día que profesó y todo el tiempo que vivió en aquel convento afirman, los que le conocían, que era cosa admirable lo que trabajaba y siempre quería los oficios más bajas del convento. A un mismo tiempo tenía a su cargo el despertar a maitines, asistía a ellos, tocaba el apelde [toque de campana antes del amanecer], despertaba a prima, era cocinero y acudía a la huerta como hortelano, limpiaba lo necesario de forma que hacía tantos oficios que parecía imposible. Y lo que es más, con una alegría tan singular que manifestaba claramente el gusto interior que tenía en la religión, servía con tanta presteza que apenas le habían mandado alguna cosa al momento la había llevado a cabo, observando esta obediencia no sólo con los preceptos del Guardián sino de otro cualquier Religioso que a todos los servía como un esclavo y los trataba con tanto respeto, como si fueran sus señores, venerándolos por justos y santos. Él solo se tenía por un gran pecador y consideraba no merecer poner su boca en donde estampaba los pies el más mínimo del convento.
Toda su ansia era no estar ocioso, apetecía el trabajo y la diversidad de oficios, como ya hemos dicho. Con buenas señales de librase de culpas, comenzó su carrera en la Religión, porque verdaderamente la ociosidad da oportuna ocasión al Demonio para fijar sus redes y combatir los espíritus. Llegó a tanto extremo el afecto que mostraba por los oficios que el Guardián descubrió un modo de mortificarlo privándolo de ellos y no permitiéndole llevar a cabo lo que reconocía que quería hacer con mayor inclinación, pero como su obediencia era mucha se conformaba con facilidad y quedaba con serenidad de ánimo, juzgando, como es cierto, que en nada hallaría más provecho que en lo que obrase dispuesto por sus Prelados.
Fuente: “Vida del penitente y venerable Siervo de Dios Fray Jorge de la Calzada”, de Cristóbal Ruiz Franco de Pedrosa.