Antonio Mucientes Balado, fue profesor de Física y Química en el Instituto «Eduardo Valencia».

Es para mí un motivo de satisfacción escribir estas líneas, que quieren recoger algunas vivencias del tiempo que estuve como profesor de Física y Química en el IES Eduardo Valencia de Calzada de Calatrava, al principio de la década de los 80 del siglo pasado.
El claustro de profesores estaba formado por gente joven que comenzaban su andadura docente y las aulas por un nutrido grupo de alumnos del propio Calzada y de los pueblos próximos. Recuerdo las clases de teoría donde explicaba todos los días algún contenido y luego nos dedicábamos a la resolución de problemas. Siempre me gustó practicar una docencia activa preguntando a los alumnos, para ver si seguían el hilo de la explicación. También les invitaba a salir a la pizarra para que pudieran participar y perder los nervios a hablar en público. Recuerdo bien las horas de laboratorio donde, en una convivencia más distendida que en las clases teóricas, hacíamos algunos experimentos básicos de Física y de Química. Una parte importante del proceso enseñanza-aprendizaje era el de las actividades extraescolares. En una de ellas visitamos la fábrica de pegamento Imedio, situada en las afueras del pueblo, donde los alumnos podían comprobar la aplicación de los conocimientos aprendidos en el aula. D. Gregorio, vecino del municipio, fue el inventor del pegamento que denominó con su apellido.
Participar en la formación integral de los estudiantes de Bachillerato conlleva una gran satisfacción personal, que se ve aumentada cuando se tiene la suerte de volver a encontrarlos en la Universidad; en mi caso, en la Facultad de Química de Ciudad Real. Si además, una vez acabados sus estudios superiores, obtienen plaza de profesor de Enseñanza Secundaria o de Universidad la satisfacción es enorme. Este es el caso de algunos de mis alumnos del Instituto Eduardo Valencia.
La metodología apropiada en la formación del estudiante tiene validez no solo en el campo de la propia enseñanza sino en cualquier área de la vida. En este sentido quiero contar la anécdota de un ex alumno con el que me encontré, casualmente, muchos años después de haber coincidido en el Instituto. Trabajaba de encargado en un supermercado y un día me dijo: «explico a los empleados como tienen que hacer su trabajo, de la misma forma que usted nos explicaba la Física y Química». Me impresionó hondamente, no sólo la anécdota en sí, sino la manera de contarla porque me dio la sensación de que era un hombre que estaba enamorado de su trabajo.
De esto se trata, de enseñar a los estudiantes el valor del trabajo bien hecho que redunda en su beneficio y en el de la sociedad. Y este es el fin que ha cumplido, cumple y cumplirá el Instituto Eduardo Valencia. A ello hemos contribuido todos los que participamos, en algún momento, en esta ya larga trayectoria, tan provechosa para la propia comarca del Campo de Calatrava, como para la provincia de Ciudad Real.