En el siglo XX hubo tres colegios privados de monjas en Calzada de Calatrava: de religiosas franciscanas terciarias -cuya comunidad quedó constituida por la madre superiora Sor Rosario, la profesora Sor Nieves y las auxiliares Sor Feliciana y Sor Francisca y fue inaugurado el 19 de octubre de 1928-, las Misioneras de la Providencia -el padre Joaquín Alonso Hernández, fundador de la congregación, decida fundarlo en el año 1956- y las monjas de la Orden de San Vicente de Paúl -que iniciaron su andadura en 1965, junto con la residencia para ancianos Santa Isabel. Aquí es donde trabajó nuestra protagonista, Isabel Moreno Ciudad, a la que le he hecho una entrevista para que nos hable sobre su experiencia profesional cuando fue maestra en este colegio. Comenzamos con las tres primeras preguntas, las demás vendrán recogidas en el segundo volumen del libro Calzada de Calatrava y su historia, en el capítulo en el que hablo sobre los tres colegios de monjas indicados anteriormente.
¿Cómo llegaste a ocupar la plaza en el colegio Santa Isabel para dar clase de párvulos y qué pasó para decidirte a enseñar a los niños en ese colegio?
Llega el momento de recordar tiempos pasados. Mi vínculo con la familia fundadora del Hogar Santa Isabel tiene su origen en la gran amistad que la esposa de Don Antonio, Isabel, tenía con mi madre. Vivieron en la calle General Aguilera, frente a nuestra casa. Los padres, como tantas familias, se marcharon a Madrid buscando un futuro mejor para sus tres hijas -una de ellas Sor María Teresa- y su único hijo. Cuando llegaron a Madrid, Don Antonio e Isabel ya eran novios; él se dedicó a trabajar en la construcción, pero pronto formó su constructora y, con la inteligencia que lo caracterizó y el esfuerzo, llegó a construir barrios enteros. Demostró ser muy generoso. La amistad con mis padres siempre fue muy estrecha, y cuando le comunicó mi madre a su amiga Isabel que estaba embarazada, le ofreció rápidamente ser mi madrina y ponerme su nombre. Fuimos muchas veces a su casa, en los años cincuenta no era tan fácil, más que nada por lo que costaba el viaje, pero ella disfrutaba mucho haciendo partícipe a su amiga el nivel de vida que tenían -cuenta mi madre. Todo se le hacía poco cuando llegábamos. Era una señora guapísima y muy buena persona, mi madre decía que era una santa. Parece ser que su deseo siempre era hacer alguna obra benéfica en su pueblo, Calzada, y su esposo quiso cumplirlo. Falleció muy joven.
Cuando llegaron las Hermanas a Calzada, llamaron a mi madre y Sor Teresa le pidió que fuera a acompañarlas para ayudarlas por si tenían que ir a algún sitio. En ese año, 1965, yo tenía quince años y estuve en el colegio hasta que se cerró, tomando la decisión de irme al seminario.
Cuéntanos cómo fue tus inicios en ese nuevo puesto de trabajo.
Al abrir el colegio, fueron muchos los niños que se matricularon, sobre todo en párvulos, y me propusieron ayudar a Sor Margarita en la clase de párvulos, así como de cuidar de los niños que comían hasta que comenzaban las clases de la tarde. Fuera de la hora de trabajo, las hermanas me formaban. Pasado un tiempo, la maestra Pilar Llarios, hija del médico Don Blas, dejó el colegio al casarse y me propusieron ocupar su puesto, a lo que accedí. En 1971 se cerró el colegio y, como ya he dicho, entre en el seminario. Sólo quedaron en el hogar, para cuidar a los ancianos, Sor María Teresa, Sor Margarita, más las que fueron llegando, ya que las dedicadas a la enseñanza salieron de Calzada a otros colegios. Lo mejor que le pudo pasar a Calzada es la construcción del Hogar Santa Isabel, que permitía a nuestros mayores estar cerca de sus familiares.
¿Cuáles eran los principales valores que las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl querían transmitir a su alumnado?
Las Hermanas llevaban una vida muy sencilla, disciplinada y comunitaria, trabajando y orando con el espíritu que San Vicente de Paúl les inculcó, con humildad, sencillez y caridad, siempre al servicio de los pobres: “los pobres son vuestros amos y señores”, “la caridad de Jesucristo nos apremia”, “habéis sido llamadas a servir a Jesucristo en los pobres”. Los horarios para cumplir sus obligaciones son estrictos, comenzando a las seis de la mañana con los laudes, oración, misa y desayuno. A las diez de la mañana comenzaban las clases, que terminaban a las seis de la tarde. Todos recordamos a las Hermanas, dedicadas a la enseñanza y a los ancianos: Sor Milagros -la madre superiora-, Sor María Teresa -cuñada de Don Antonio-, Sor Clementina, Sor Vicenta, Sor Ana María y Sor Margarita. Eran personas excelentes, unas verdaderas Hermanas de la Caridad, como quería San Vicente. Cuando empezó a llegar ancianos, contrataron a María -la gatica-, Josefa -la cocinera-, Vicenta Ureña -en la ropería- y Teresita. Todas muy trabajadoras y excelentes personas.
No quiero agobiar más a Isabel, y dejo pendientes las demás preguntas para un futuro próximo. Es una persona a la que recuerdo con cariño, ya que fue mi primera maestra de párvulos, junto con la monja Sor Vicenta, que tuvo el detalle de visitarme cuando, de pequeño, estuve enfermo durante varios días. Os recomiendo que leáis un artículo que José Antonio Horta escribió, para la revista de El Salvador del Mundo, sobre el colegio y el hogar Santa Isabel, donde cuenta cosas interesantes, a la vez que narra su experiencia como alumno de este colegio. Además, para muchos niños de Calzada, las monjas de este colegio han dejado huella en su vida, como se puede leer en los comentarios que se han hecho en el grupo de Facebook Calzada de Calatrava y su historia. Entre ellos he elegido los de Lucía de la Calle y Antonio Campos Caballero:
Lucía de la Calle: Yo también fui. Hice hasta 3º de E.G.B., porque dejaron la docencia. Recuerdo, especialmente, la disciplina y la perfección a la hora de enseñar. Todos teníamos una letra perfecta, la letra se dibujaba, eran verdaderos manuscritos. Recuerdo la bondad de Sor Teresa, Sor María y el mal humor de Sor Clementina. Recuerdo cuando nos ponían en fila para vacunarnos y algunos nos hacíamos pis de susto. Recuero esa capilla pequeñita, donde rezábamos, y las procesiones que hacíamos en mayo, llevando los niños a la Virgen y cantando “con flores a María”. Recuerdo las tómbolas que hacíamos en la galería para sacar algún dinerillo para los niños pobres de África. Me acuerdo también de ese recreo, que entonces me parecía inmenso, y de esa rampa que nos servía de tobogán. Recuerdo el uniforme y el babi, el vestuario que hacía que todos y todas fuésemos iguales -en todos los sentidos, nadie era más que nadie por la vestimenta, ni menos que nadie-. Me acuerdo del “cuarto de las ratas”, donde decían meternos cuando hacíamos algo mal y éramos traviesos. Y… esos teatros donde todos queríamos ser los elegidos y actuar. Allí hice mi Primera Comunión, vestida de monjita, como las demás -aunque a mí me hubiera gustado ir de “novia” con tules… como una princesa- y los niños de fraile -aunque sé que alguno hubiese querido ir de almirante o marinero- ¡Gratos recuerdos casi todos! A estas palabras contesta Dolores Ruiz Peralta, diciendo: es verdad, todos los recuerdos que describes también los tengo yo.
Antonio Campos Caballero: Tengo muy buenos recuerdos de las dos religiosas que me dieron clase, Sor Margarita y Sor Vicenta. Los sábados por la mañana también había que ir: se comentaba el evangelio del domingo, solía haber rifas y se repartían los recortes de las hostias que ellas mismas hacían para la misa. Recuerdo también las ofrendas de flores a la Virgen, que hay en el patio, en el mes de mayo. Los chicos sólo estábamos hasta 1º de E.G.B. -después de hacer la primera comunión ya no podías estar- y las chicas estaban hasta el instituto. Una de las estrategias que tenían para que nos portáramos bien era con la amenaza de llevarnos al “cuarto de las ratas”, que no era otra cosa que un cuarto oscuro que había debajo de la escalera, y donde tenían los útiles de limpieza: alguna vez estuve a punto de entrar.