Después de lo expuesto, tal vez algún ingenuo lector se figure que en nuestra fundación de Calatrava todo fue eterna primavera de flores inmarchitables; mas bueno será advertirle que las espinas nacen entre las rosas, y que en los días abrileños y de mayo suelen arreciar inesperadas tempestades, que hacen en ocasiones derramar amargas lágrimas al humilde y sencillo campesino; y así, no faltaron tampoco chubascos de contradicciones, ni dejaron de brotar zarzales y espinos de todo género en la vía de tramitación de este asunto, aunque hemos de confesar que, si bien hubo enredos y dificultades continuas y prolongadas, sin embargo, no fueron tan ruidosas y temibles como en otra fundaciones.
Las primeras surgieron en el seno mismo de nuestra Religión, pues alguno de los Definidores era opuesto a establecer conventos en lugares de escaso vecindario, en los cuales habían de residir, por fuerza, pocos frailes. Orillada esta dificultad, salieron a la palestra nuestros eternos competidores, los Alcantarinos, quienes si recogieron velas ante la tempestad que se les echaba encima –pues en cuanto se enteró la villa de su tenaz oposición, les retiraron las limosnas todos los vecinos, excepto cinco o seis, volvieron de nuevo a la brecha reforzados por Observantes y Agustinos; guerra que mantenían aún viva en el año 1733, o sea seis años después de la toma de posesión, que tuvo lugar el 23 de agosto de 1727. Hubo también rozamientos con los Clérigos, y con el mismo D. Blas García, siendo condenado por el Vicario de Ciudad Real al pago de 21.588 reales y 8 maravedíes para la fábrica del convento, por haberse obligado a ello, según constaba de las escrituras que se guardaban en la Nunciatura y en el Archivo de la Provincia, y vimos ya nosotros al reseñar quiénes fueron los principales promovedores de esta fundación (1). Este pleito tuvieron que tomarlo los religiosos con gran pena y mucho sentimiento, por tener que luchar contra una persona que tanto los estimaba, y que si ahora se negaba a pagarles lo establecido era por estar influenciado por la verdaderos contradictores de los Capuchinos, ya que en su última enfermedad mostró de nuevo su estima a nuestros religiosos, poco antes de su muerte, acaecida el 28 de agosto de 1733.
Pero si en vida dicho señor no faltaron disgustos a los religiosos para cobrar las rentas de las fincas que les había dado para su manutención, no desaparecieron estos sinsabores con su muerte; antes, pudiéramos decir que se multiplicaron, ora por los administradores y patronos, que se negaban a pagar la renta, ora por decretar los Comisarios regios en varias ocasiones la enajenación de estas fincas.
- (1) Calculabase que había ocultación de más de 3.000 ducados en la renta que debía pagar a los religiosos.