Después de ocupar Puertollano y regresar de una incursión en la provincia de Córdoba, Orejita –Antonio García de la Parra– intenta invadir los pueblos del Viso del Marqués y de Calzada de Calatrava. Al final es alcanzado por una columna mandada por el capitán Vargas en el puerto de Calatrava y el combate continúa hasta las peñas del Castillo de Salvatierra –era el 8 de junio de 1835. Los hechos ocurrieron de esta manera:
El 1 de junio de 1835, habiéndose retirado a descansar la patrulla -comandada por el alcalde, por el regidor curto y por el procurador síndico- se presentaron los facciosos, capitaneados por Orejita, en la casa del alcalde del Viso del Marqués para que los acompañase a la Administración de Rentas Estancadas donde pidieron el libro de cargo al administrador y tomaron cuentas para depurar las existencias y extrajeron la pólvora que hallaron, además de seiscientos y pico reales, dos libras de cigarros habanos, ochenta y una de mistos, sesenta y nueve de virginia y cuatro pasaportes de pago de la depositaria de policía, así como dos caballos de dos forasteros. Intentaron llevarse un caballo del administrador del Marqués de Santa Cruz pero cuando estaban a punto de derribar la puerta del palacio el pueblo se movilizó por un aviso dado por el alguacil tocando la campana del reloj, que es la que se usaba para dar señales en casos de apuro. El resultado fue la huida de los facciosos, a la misma vez que el alcalde gritaba “viva Isabel II”, dejándose la carne y las raciones de pan que habían robado y arrojando al suelo un saco con veintidós libras y cuarterón de cigarros mixtos. La dirección que tomaron fue para Huertezuelas, yendo en su seguimiento los vecinos que pudieron armarse una vez se presentaron en la plaza.
El 8 de junio, a las tres de la tarde, la campana de la villa de la Calzada de Calatrava anunció que gente sospechosa se aproximaba por lo que el alcalde mayor se reunió con los voluntarios Urbanos –en número de unos cuarenta- y salieron a las orillas del pueblo. Divisaron que Orejita, con unos treinta caballos, se dirigía hacia la población junto con su caballería, que venía un cuarto de hora más atrás.
Cuando se acercaron y estuvieron a tiro de fusil comenzaron a disparar, fuego que contestado por los facciosos. Éstos fueron tan cobardes que huyeron despavoridos hacia la sierra de La Atalaya. Como los Urbanos eran pocos y no tenían más de tres caballos optaron por regresar a la villa y no siguieron tras Orejita. Acababan de liberar a la población de los horrores de semejante canalla que había alarmado a la población.
No aconteció ninguna desgracia y este hecho demostró el buen espíritu de los beneméritos y valientes Urbanos. Junto con éstos cooperaron un oficial del regimiento de Córdoba con unos ocho o diez soldados que él tenía.
El alcalde mayor mandó al capitán del provincial de Córdoba Calixto Vargas, que se hallaba en El Pardillo, que son su columna alcanzara al canalla, que tomó esa ruta. Este capitán, con fecha ocho de junio, después de haber recorrido el escabroso terreno, que separa La Atalaya de Sierra Morena, tuvo aviso de la dirección que llevaba con su partida el bandido Orejita, la que siguió logrando alcanzarla en el puerto de Calatrava. La atacó y obligó a que se replegaran y se atrincheraran detrás de las peñas y castillo de Salvatierra, del que fueron desalojados y puestos en vergonzosa fuga. Fueron perseguidos con intrepidez y constancia pero sólo la llegada de la noche pudo salvar a los forajidos de la muerte. En resumen, seis de ellos perecieron y se les cogieron veintiún caballos con bastante porción de capotes, morrales, escopetas, armas blancas, carne, cebada y otros efectos.
Entre los que defendieron a Calzada del ataque de Orejita merecen mención especial el teniente de caballería del 2º ligero Don Joaquín Palarea, que cargó por la izquierda superando las dificultades escabrosas del terreno, así como el Urbano Don José Muñoz, guía de la columna, que con sus conocimientos prácticos del terreno prestó auxilios importantes.
La tropa que debía haber continuado en su persecución fue llamada a Almadén y los facciosos aprovecharon tal situación para refugiarse en la aldea de Huertezuelas, donde se incorporó el faccioso llamado Macilla, natural de Moral de Calatrava. Libres de perseguidores, recorrieron algunos pueblos de Sierra Morena, donde reclutaron hasta 80 hombres, con los cuales se presentaron el día 15 de junio, al amanecer, en la villa de Calzada de Calatrava y derriban las puertas y tapias que la protegen introduciéndose en el pueblo sin que pongan resistencia los centinelas que allí había.
Un Urbano, de los treinta que habían dormido en el fuerte,sube con el alcalde mayor, Don León Beguer, a la torre y toca a rebato. El alcalde mayor de esta villa, junto con los Urbanos que estaban con él en el fuerte, resolvieron salir a atacarlos en las calles y con un fuego vivo y sostenido, tanto de una como de otra parte, los fueron desalojando de sus posiciones hasta echarlos completamente de la población, continuando su persecución durante un buen rato.
Las facciones de Orejita y Macilla, al ver que eran pocos sus adversarios –no pasaban de veinticuatro, además de unos ocho o diez que se quedaron guardando el fuerte al mando del comandante de armas Antonio Domínguez- se rehicieron nuevamente, estando a un cuarto de hora del pueblo, y se desplegaron en guerrillas extendidas abrazando bastante terreno por lo que no fue posible atender a tantos puntos de ataque y los Urbanos se replegaron a defender las principales calles atacadas. Al final, opusieron una tenaz resistencia y, con bastante dificultad, consiguieron por fin penetrar hasta la plaza consiguiendo derribar las puertas de la cárcel y liberar un preso que había en la misma, que se adhirió a su causa.
Los facciosos vieron cómo los Urbanos estaban decididos a defenderse hasta el último momento y viendo que no podían sacar partido alguno se retiraron repentinamente hasta la sierra de la Atalaya, llevándose un caballo de uno de los vecinos, cuando tenían la intención de llevarse muchos.
El fuego duró cinco horas consecutivas, habiendo herido a dos facciosos de los cuales uno murió después. Los Urbanos tuvieron la pérdida del vecino Mariano Valencia, que murió defendiendo gloriosamente una posición arriesgada. Sus hechos en armas fueron, ese día, brillantes y el alcalde mayor solicitó al Gobernador Civil, Andrés Rubiano, que se dignara dar parte al gobierno de este hecho para que S. M. le ofreciera a su viuda Joaquina Ruiz e hijos o, en su defecto, a los padres del difunto –también necesitados- alguna recompensa.
El alcalde de Calzada de Calatrava llegó a elogiar el comportamiento y la bizarría demostrada por estos beneméritos Urbanos, la mayor parte de ellos artesanos pobres y labradores y precisó tener presente las circunstancias de la posición que ocupaba para recompensar su mérito, su lealtad y su patriotismo.