Operación del general Narváez en Calzada

Ramón María Narváez y Campos, I duque de Valencia.

Ramón María Narváez y Campos, I duque de Valencia.

Bastaron seis días de operaciones para dejar libre de bandidos el campo de Calatrava, y veinte para que el intrépido Aleson ocasionase al enemigo el segundo y formal descalabro: al curso de las operaciones, cuya entidad se indica en la hoja de servicios del general Narváez, siguieron los escarmientos, y las justicias inexorables a cuyo impulso de hierro hubieron de ceder atemorizados los perpetradores de tantos crímenes. Notable entre ellos el fusilamiento que en el pueblo del Corral, se hizo sufrir al alcalde de Ballesteros, por complicidad en una estratagema fraguada por el hijo de Palillos para engañar a las tropas de la reina con una falsa noticia de movimientos que se supuso haría la facción, lo es todavía más otro de que fueron culpables varias personas, en cuyo número figuran dos eclesiásticos.

Tuvo lugar este hecho horrible, de que no se halla par en la historia, en el desventurado pueblo llamado Calzada de Calatrava; y aunque tan repugnante este episodio, debemos referirlo para que se reconozca toda la entidad e importancia de las resoluciones que se ejecutaban, cuando la voz de la clemencia había sido ahogada por el colmo de los crímenes que gritaban reparación y justicia.

Retirábase de Andalucía la división carlista acaudillada por D. Basilio pasando a poca distancia de La Calzada, donde no hubiera podido penetrar por la resolución que de defenderse habían formado sus habitantes, liberales en la mayor parte; cuando presentándoseles el prior de Calatrava D. Félix Racionero, hombre de gran representación en la provincia, exhortóles a que se retiraran al fuerte del pueblo, garantizándoles de que no serían hostilizados, cortándose, por el contrario, las desgracias consiguientes al ataque y defensa de la población. Creyéronle y fiáronse los incautos de sus amonestaciones y falaces promesas, disfrazadas con la máscara de la piedad; y estimulados además los nacionales por sus familias, entraron con ellas en el fuerte, en número de más de trescientas personas, en que se contaban no pocos ancianos, mujeres y niños. No bien lo hubieron verificado cuando el prior Racionero corrió a excitar el jefe carlista a que no desperdiciase la ocasión que la había dispuesto para exterminar a todos los liberales de la población, llevando sus esfuerzos al extremo de amenazarle con que le acusaría a D. Carlos sino seguía las inspiraciones que le dictaba su horrible fanatismo. D. Basilio estaba lejos de apadrinar el brigandaje con que hacían la guerra los que en La Mancha se apellidaban carlistas; pero tuvo la debilidad de no resistir las amonestaciones del sacerdote, y dejar a los suyos que cometiesen el atentado de incendiar el fuerte, y ahogar en sus llamas, y sepultar entre sus ruinas tan crecido número de gentes indefensas. ¡Cuadro supremo aquel en que las víctimas hubieron de sufrir los horrores de mil muertes, porque no sólo cedían a las contracciones de su propia agonía, sino a la de los hijos, los padres, los hermanos, las esposas o los amigos que en montón, entregaban su aliento en brazos de la eternidad! Y en medio de todo, como si aún no fuese bastante atroz este espectáculo en que los hombres pedían en vano que quedasen en salvo, al menos, sus mujeres y sus hijos, hubo de destacarse el acento del sacerdote y sus secuaces, que con feroz alegría decían a sus víctimas: ¡Acudid a Isabel II que es libre de la muerte!

Historia del Ilustre Cuerpo de Oficiales Generales, de Pedro Chamorro.

Historia del Ilustre Cuerpo de Oficiales Generales, de Pedro Chamorro.

Pero llegó el día de la justicia, y llamado el general Narváez a descargarla sobre los delincuentes, fue inexorable y duro instrumento de la ley. D. Félix Racionero que llegó a sus manos dentro de poco, satisfizo con su muerte a la vindicta pública; y más adelante, habiéndose apersonado Narváez en el teatro del crimen, hizo sufrir la última pena al presbítero D. Valeriano Torrubia, al antiguo capitán de realistas D. Ramón Fernández Rubio; y a la llamada Ascensión, conocida por el apodo de la hija del fraile; pues estos, como el prior, habían causado, y se habían entregado a los excesos inauditos que quedan referidos. Otros menos culpables sufrieron castigos proporcionados; y tan duro escarmiento, al satisfacer los manes de las víctimas, probó que había cesado el tiempo de la impunidad.

Este convencimiento y los descalabros que destrozaban cada día a la facción de La Mancha, llegó a reducir su espíritu al mayor estado de postración y aniquilamiento: privados los enemigos de recursos y de medios de seducción, veían desaparecer aquella abundancia que habían alcanzado como producto de sus latrocinios: cavada su sepultura en el propio teatro de tantos desórdenes, huían de él acosados por el hambre, y se entregaban a bandadas a favor del manto de clemencia que con la concesión del indulto, les tendía la política de Narváez: este efecto hubo de ser tan rápido, que en diez y nueve días hasta el 28 de julio, expidió el Jefe de la Reserva más de cuatrocientas cédulas de indulto; desapareciendo hasta mediados de agosto, de aquellas gavillas de facinerosos, más de dos mil hombres, entre muertos en acción, prisioneros fusilados e indultados.

… El 28 de junio de 1838 las fuerzas de la segunda brigada alcanzaron una victoria completa sobre el cabecilla Orejita, que con unos 100 hombres ocupaba el pueblo de La Calzada: todos a excepción del cabecilla con seis más, cayeron en poder de las tropas de Narváez, quedaban en el campo unos 30 muertos, y cogiéndoles 30 caballos, 500 fusiles, cajas de guerra y municiones, muchas caballerías y otros despojos.

El capitán General Don Ramón María Narváez, por Pedro Chamorro.

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