Muerte y proceso de beatificación de Jorge de la Calzada

Templo de Santa María de Aracoeli y su gran escalinata. A la derecha se ven las antiguas viviendas romanas demolidas hacia 1882. A la izquierda, se distingue parte de las ruinas del ancestral templo pagano de la Colina Capitolina, en grabado italiano de 1833.

Templo de Santa María de Aracoeli y su gran escalinata. A la derecha se ven las antiguas viviendas romanas demolidas hacia 1882. A la izquierda, se distingue parte de las ruinas del ancestral templo pagano de la Colina Capitolina, en grabado italiano de 1833. Fuente: urbatorium.blogspot.com

Fray Jorge de la Calzada falleció en la enfermería de Priego (Cuenca), cuando estaba ejerciendo su obediencia en el Convento de San Miguel de las Victorias, el veinte de febrero de 1583, once años antes de que la Provincia de San José de los Franciscanos Descalzos, ante la propuesta del Padre José de Santa María, se dividiera en dos asignando a la nueva, que empezaría a llamarse Provincia de San Pablo, los dieciséis conventos que poseía en Castilla la Vieja, y dejando para la de San José los veintidós que tenía en Castilla la Nueva.

Para la división de la Provincia de San José se tomó como línea de separación de ambas la señalada por la Cordillera Central que atraviesa y divide las dos mesetas. De tal manera que los conventos ubicados al norte de la misma formarían la Provincia de San Pablo y los asentados al sur de la misma seguirían conformando la Provincia de San José. El beato Jorge de la Calzada ingresó tanto en conventos de franciscanos descalzos de Castilla La Nueva (Convento del Rosario –Oropesa-, Convento del Santo Ángel -Alcalá de Henares-, Convento de San Pedro de la Vega –Consuegra- y Convento de San Miguel de las Victorias –Priego) como en un convento de franciscanos descalzos de Castilla la Vieja (Convento de Aldea del Palo –San Miguel de la Rivera).

Hasta en la muerte vivió haciendo penitencia, su cama tenía sólo una tarima y una dura almohada, y predicando, con alegría y pasión, las mismas virtudes que él tenía. A la enfermería fueron a visitarlo muchos vecinos de la villa de Priego y Don Pedro de Mendoza, Conde de Priego, y al séptimo día de ingreso falleció habiendo comulgado y recibido la extremaunción.

Su entierro, al que asistieron el clero de la villa y muchos de sus vecinos agradecidos por los bienes que les habían hecho, fue solemne y en la sepultura lo dispusieron de tal modo que sus pies mirasen al Mediodía, para evitar la confusión y distinguirlo de los otros cuerpos difuntos cuyos pies miraban al Oriente.

Pocos años después de la muerte del beato Jorge solicitaron los religiosos el hallazgo de sus venerables reliquias y acabaron encontrándolas, en 1615, en la bóveda de la Capilla Mayor del Convento de San Miguel de las Victorias. El hallazgo de los huesos, con un color dorado y con un jugo pegajoso, como el licor más pingüe y fragrante, causó gran alegría al Conde de Priego y mandó que las campanas de la Iglesia Parroquial replicasen y se cantase con solemnidad el Te Deum laudamus que, según la leyenda, lo compusieron en común San Ambrosio de Milán y San Agustín de Hipona cuando éste último recibió el bautismo de manos de San Ambrosio.

Una vez hallado este valioso tesoro, fue colocado en un arca y llegó a rumorearse, entre los religiosos, que el cuerpo que había aparecido no era de Fray Jorge sino de Fray Junípero. Para eliminar las sombras de algunas dudas, Fray Esteban del Barco (guardián del convento) mandó a un Hermano, de señalada virtud, que se acercase al arca y dijese estas palabras:

Jorge bendito, sino hacéis milagros, no haceros de creer de que estáis aquí.

El primer prodigio que ocurrió, a partir de esa fecha y en el mismo día, está relacionado con el Señor Conde de Priego que aquella misma tarde fue al convento, le dijo al guardián que le abriera el arca donde estaban las reliquias, metió la cabeza en ella –porque tenía un gran dolor de cabeza, muelas y dientes- y en el mismo instante que entró la cabeza en el arca se libró de tan molestos dolores. Fueron muchas las maravillas que se produjeron cuando alguien se encomendaba a Fray Jorge, por lo que el Convento de San Miguel de la Victoria, depositario de las reliquias halladas, informó de todo al Ilmo. Y Rmo. Señor Don Andrés Pacheco, Obispo de Cuenca, y se determinó que las reliquias fueran expuesta al pueblo para que las pudieran visitar. El día nueve de junio de mil seiscientos diecinueve se celebró una procesión solemne en honor de San Primo y Feliciano y en las mismas andas iba oculta el arca que contenía las reliquias de Fray Jorge. Asistió a la procesión el Obispo de Cuenca, todas las cofradías, el clero, muchos religiosos y nobles y más de diez mil personas.

Terminada la procesión, el Obispo mandó abrir el arca y vieron que contenía una quijada, cinco canillas grandes, dos huesos de las caderas y otro de la paletilla. Después, su Ilma. envolvió los huesos, dorados y fragantes, en un tafetán encarnado y los introdujo en una caja forrada, interiormente, con tafetán blanco y, exteriormente, con terciopelo carmesí con clavazón dorado. Introdujo esta arca en otra mayor de madera de nogal, la cerró y entregó la llave dorada al Conde de Priego, como patrón que era del convento, y la otra llave al guardián del convento. Su Señoría Ilma. mandó colocar el arca, para que la pudiera venerar el pueblo, en un oratorio con rejas que había sobre el retablo colateral del lado del Evangelio y que miraba a la iglesia. El veinte de mayo de mil seiscientos cincuenta y uno, el guardián Fr. Alfonso de San Bernardino cambió el arca a otro lugar más oculto, atendiendo a la observancia del Breve de Urbano VIII.

La causa de la beatificación de Fray Jorge comenzó en Roma, por los años de mil seiscientos treinta y cuatro, y fue muy lento. Los documentos sobre la misma se archivaron en el célebre Convento de Santa María de Aracoeli de Roma -que fue demolido en el año 1886 dando paso a los trabajos de construcción del Monumento a Víctor Manuel II. Convento de origen medieval y habitado, primero, por una orden benedictina y, posteriormente, por una orden franciscana; actualmente está regentada por una comunidad de Menores Observantes. El proceso de beatificación fue patrocinado por Felipe IV a instancias del Hermano Fr. Pedro Orozco, de la Provincia de San José; la Emperatriz Doña Leonor; Fernando III Rey de Hungría y Bohemia y Archiduque de Austria que escribieron al Papa Urbano VIII. También tuvo a bien escribir a Su Santidad Doña María Ana, Infanta de España –hija menor del Rey Felipe III de España- y Reina de Hungría y de Bohemia y Archiduquesa de Austria, en cuya carta, de fecha uno de junio de mil seiscientos treinta y cinco, venía a decir:

Que se había enterado del proceso de beatificación del Venerable Fr. Jorge de la Calzada y que intentara favorecerlo ya que por aquellos reinos –España- su fama y veneración es muy grande, como constaba en los procesos presentados.

A la entrada del claustro del Convento de San Miguel de las Victorias había un retrato del beato Jorge donde destacaba un pajarillo alegre sobre su hombro –por haberle obedecido tantas veces las aves- y en una mano un corazón encendido para explicar su caridad.

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