El 17 de septiembre de 1809, Francisco de Solchaga –vicario provincial de los Capuchinos de Castilla- dirige a todos los religiosos de su jurisdicción, desde el Convento de la Calzada de Calatrava, una carta pastoral y un patriótico manifiesto que se resume, con lo más destacado, a continuación.
Robos seculares y profanos, defloraciones de doncellas y de Religiosas, temerarias violencias de casadas y de viudas, aunque sean ¡o monstruo de lascivia! Octogenarias; asesinatos de párvulos, de ancianos y de Sacerdotes: sí, todavía pide al Cielo satisfacción aquella sangre vertida de nuestro respetable Padre y predecesor, y la de otros muchos celosos ungidos del Señor, sin exceptuarse los obispos: desolaciones, incendios y saqueos de casas, de pueblos, de campos y de iglesias: burlas, mofas, encarcelamientos y prisiones de los tranquilos ciudadanos, de los Magistrados, Grandes y Nobles militares: irreverencias, irrisiones, escarnios de las venerables reliquias e imágenes de los santos de María Santísima, de Jesucristo; y hasta ¿pero qué voy a pronunciar? ¡Tiemblo y se me erizan los cabellos! Conculcaciones, desprecios y tan chocantes y tan amargas vejaciones en los augustos Sagrarios y Real presencia de Jesucristo en el mismo adorable Sacramento, que excediendo al furor de los Judíos, tuvieron esos Iconoclastas ministros del reciente Constantino Coprónimo la maligna audacia de arrojar las santas formas en los pesebres de sus caballos, y el más atrevido sarcasmo de salir por Cuenca con el copón en aquellas detestables inmundas manos, y aguzando sus más que serpentinas lenguas, gritar así ¿Quién compra a Dios? …
Pero hablando más de cerca con vosotros, queridos hermanos míos, ¿no sois por desgracia testigos experimentales de la horrenda catástrofe en que nos ha puesto el gobierno intruso Napoleónico, persiguiéndonos, conminándonos, despojándonos, dispersándonos y privándonos (nada importa de lo material de nuestros Conventos) de aquel angélico oficio con que tributábamos culto público a nuestro Dios; y nos ejercitábamos, levantando nuestras puras manos al Altísimo, siendo mediadores entre Dios y el Pueblo, con perpetua oración, con cruentas flagelaciones, con frecuentes ayunos; y más en ser celosos Ministros de Jesucristo, dispensando al pueblo católico los Santos Misterios y la divina palabra…
Predicamos, exhortamos, intimamos y por conciencia mandamos, e impondremos eternamente desde el púlpito y en el tribunal de la penitencia, en público y en juntas privadas la sumisión, la obediencia, la fidelidad y todo honor y homenaje debido privativamente a nuestro amado, escogido, admitido y con especial solemnidad jurado Fernando VII por Rey de España y de las Indias…
Nos oponemos, y de modo ninguno podemos ni queremos reconocer otro Soberano que al mencionado Fernando, el cual tiene por su parte el sagrado de las leyes, de los votos y de la general aclamación sin igual de toda esta monarquía. Estamos firmemente persuadidos y enseñamos con nuestro político y sabio Sr. Ceballos, que nadie debe renunciar el derecho de seguir el voto de la mayor parte de la Nación, que con toda justicia se niega a reconocer al intruso farsante déspota José Napoleónico, incapaz de alegar y menos acreditar algún señoría, ni propiedad sobre el noble territorio que profana con su presencia.
Sostenemos y debemos defender, que es nulo, ilegal, violento y rapiñoso cuanto se maquinó en Bayona y determinó el modernísimo reprobado retrato de Asur furioso, que se dice por ignominia emperador de Franceses, cerca de esta península, que ni puede, ni debe, ni quiere ser despojada del natural irrevocable derecho y absoluta libertad de elegirse Cabeza, Rey o Gobierno, cuando faltase natural legítimo heredero y poseedor que lo es el reconocido, como ya expresamos legalmente. Afirmamos irrevocablemente, que ni por naturaleza ni por gracia, ni directa ni indirectamente, ni en Dios ni en los hombres ha tenido ni tendrá jamás el Isleño de Córcega [Napoléon], hombre nuevo, ni su miserable y vulgar ascendencia la más remota opción a esta Real corona. En suma, somos en Dios y por Dios los maestros de la ley y justicias del muy alto; y como tales enseñamos y hasta derramar gustosos nuestra sangre decimos a la heroica grande España, que es antes obedecer a Dios que a Napoleón; antes y exclusivamente continuar en el prometido honor y reconocimiento a la majestad de Fernando que al ridículo José… antes ser fieles al religioso solemne juramento, y santas y acertadas leyes del Gobierno español, que al código de Napoleón, y su ambición loca, violenta e insaciable.
Mantengamos, pues, Religiosos hermanos míos, donde quiera que os halléis; y prediquemos las leyes Santas de nuestro Dios, de la Religión y de la Patria; hagamos fervorosas e incesantes preces, como quiere el Santo Apóstol, por nuestro único Rey Fernando, y por todos aquellos que por S. M. están constituidos para el gobierno, sin olvidaros de nuestro santísimo Padre Pío VII, y de todo el clero: pedid también por la felicidad de nuestras armas y de nuestra heroica aliada Inglaterra, y del religioso emperador de Austria…
Seamos siempre Capuchinos, es decir, de buen olor, y ejemplo a todos en nuestra conducta religiosa. Y en tanto, que la divina providencia nos congrega, recibid el justo obsequio de nuestro amor paternal, con que os deseo mucha salud, paz, gracia y toda verdadera gloria por Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Dadas y selladas en el referido nuestro Convento de la Calzada de Calatrava con el Sello provisional y firma de nuestro Secretario, a 17 de septiembre de 1809.
Fr. Francisco de Solchaga (Vicario Provincial) y Fr. Antonio de S. Román (Secretario).