El beato Jorge de la Calzada nació en la villa de Calzada de Calatrava en el siglo XVI. Sus padres, Alonso de Ciudad y María Ruiz, tuvieron dos hijos, uno llamado Juan Ciudad –que vivió algunos años- y el otro Jorge de Ciudad. Se quedó huérfano de padre y madre a los tres años y dedicó toda su vida a los pobres preocupándose de que no les faltara lo necesario para vivir.
Su vida la recoge Cristóbal Ruiz Franco de Pedrosa en su libro “Vida del penitente y venerable Siervo de Dios Fray Jorge de la Calzada”. A continuación, el capítulo II del libro primero donde se relatan sus años de vida en la Villa de La Calzada hasta que abandona, con treinta años, dicho pueblo.
Educación en su niñez y el desempeño de pastor en sus primeros años
Al fallecer sus padres fue su tío Juan Ruiz quien se hizo cargo de su crianza y educación. A los siete años, Jorge comenzó a trabajar de pastor con varios vecinos de Calzada de Calatrava (Juan Ruiz Trapero, Juan Trujillo Martín Trujillo y Simón Fernández) hasta que con más edad le tuvo a su servicio Martín Almodóvar, pariente del Siervo de Dios, en cuya casa permaneció muchos años, hasta que se ausentó de la Villa de La Calzada para buscar una vida de mayor perfección.
Como no sabía leer, y conociendo cuanto importa la buena lección de libros espirituales y devotos para el recreo del alma y enseñanzas de buenas costumbres, pedía a sus compañeros Gregorio Ruiz y Francisco Martín (pastores que tenían sus rebaños en el mismo campo donde el Siervo de Dios guardaba el suyo) que le leyesen la vida de Santos. Y ellos, viendo con el afecto que las oía, lo hacían con mucho gusto reconociendo el provecho que sacaba de esta lección.
Estos fueron los primeros indicios que el Siervo de Dios comenzó a dar en sus primeros años de la virtud que conservaría durante toda su vida.
Buscaba a Dios por medio de la oración e intercesión de los Santos, ejercitándose en obras de devoción dando ejemplo grande a los que le veían. Vivía en soledad en el campo, guardando el ganado que tenía a su cuenta pero no se privaba de visitar los Templos y las Imágenes de devoción cuando recogía las ovejas al aprisco y caminaba a la Calzada, en donde visitaba las Ermitas, en particular una que llaman del Monte Calvario que está justo por donde se sale para ir a Ciudad Real y a la Villa de Almagro, para orar en memoria de la Pasión de Cristo Señor Nuestro y lo mismo delante de una Imagen de Nuestra Señora, que llaman de los Remedios y que es venerada en dicha Ermita.
Le gustaba estar toda la noche acompañando al Santísimo Sacramento de la Iglesia Parroquial y, teniendo mucho cuidado, cuando el Sacristán iba al anochecer a tocar al Ave María o después a la oración de las Ánimas, entraba tras él a la Iglesia sin que le viera y se quedaba orando toda la noche hasta que por la mañana, cuando abrían las puertas, procuraba salir sin ser visto para volver al cuidado de su ganado. Tuvo esto en secreto durante muchos días hasta que una mañana, entrando en la Iglesia el Sacristán Pedro Gallego vio cerca del Altar Mayor a un hombre y, creyendo que era un ladrón que había entrado a robar la plata, salió dando voces y diciendo que robaban la Iglesia. A este clamor llegó Alonso de Villanueva, vecino del lugar, y entrando junto con el Sacristán a la Iglesia vieron al Siervo de Dios rezando devotamente delante del Santísimo Sacramento por lo que perdió miedo el Sacristán. A partir de ese día, pidió Fray Jorge al Sacristán que le dejase ir todas las noches a orar para luego irse a cuidar del ganado.
Cuando pastaban las ovejas en la dehesa de la Sacristanía Mayor de Calatrava, iba a orar a una Ermita que hay en dicha dehesa, en la que se venera una devota imagen de la Virgen Santísima, a quien los vecinos de La Calzada la llaman Nuestra Señora de Valverde. Otras veces se alejaba algo más hasta el Humilladero del Sacro Convento de Calatrava, en cuya cumbre está el Convento, y allí rezaba delante de un Santo Crucifijo deteniéndose siempre en estas devociones la mayor parte de la noche sin que en ninguna ocasión sufriera daño el ganado por su ausencia. El riesgo que corrían las ovejas era muy grande por ser abundantes los lobos y otros animales voraces que había por estos lares, sobre todo en la Sierra de la Atalaya.
Los demás pastores le advertían del riesgo que corría por dejar solas a las ovejas y acudir a sus devociones. Sin embargo él les solía decir, con semblante muy alegre y con gran confianza, que pusiesen el ganado a las vueltas del suyo y se descuidasen de él fiando en Dios; porque él sabía que no les sucedería mal alguno, y así se lo dio a entender la experiencia, llegando a tener tan buen concepto todos de Jorge, que atribuían a la buena compañía que les hacía, el participar de tan favorables sucesos y estar libres de semejantes peligros.
La caridad que Jorge manifestaba con los pobres
No se contentaba Jorge con ejercer los actos religiosos, como hemos dicho, sino que procuraba ayudar a los pobres, dando muestras desde sus principios ser un gran limosnero. Empleaba toda su soldada en repartirla entre los pobres que había en la Villa, particularmente entre los que a él les parecía que tenían mayor necesidad y no se contentaba con hacer buenas obras sino que atendía menudamente a la distribución, anteponiendo en ella los más menesterosos sin reservar para sí cosa alguna.
Hacía por los pobres cuanto él podía, procurando tener más para repartir y, así, iba muchas veces, dejando su ganado solo, a pedir limosna sin ser conocido como tienen de costumbre los Pobres Vergonzantes en aquella tierra. Llegaba a la casa de los ricos y pedía para luego repartirlo entre las pobres viudas y los más necesitados del lugar. Otras veces entraba en un Hospital que hay en La Calzada, en donde tienen hospicio los Peregrinos y los pobres mendigos, y consolándolos en sus trabajos les repartía lo que había juntado aquella noche y, después, hacía oración a nuestra Señora del Rosario, cuya Santa Imagen se venera en este Hospital.
Llegó el momento en que Martín de Almodóvar, a quien servía Jorge, se enteró de que dejaba el ganado sólo por las noches por lo que hizo algunas diligencias espiándole para averiguarlo y, aunque algunas noches llegó ocultamente a la parte donde estaba el ganado, siempre veía que estaba presente Jorge, siendo así que le aseguraban muchos haberle visto aquella misma noche en el lugar y por el camino que era efecto de su caridad, sin que se reconociese su falta. Desengañado de todo y conociendo la gran virtud del Siervo de Dios y la utilidad que experimentaba con tenerle en su casa, ya que no le malograba un cordero de los que estaba a su cargo, quedó totalmente satisfecho, mandó a su hijo –Mayoral de todos sus rebaños- que no le reprendiese por las ausencias que hacía y, desde entonces, lo hizo así.
Conocía los vecinos de la Villa de Calzada lo bien que empleaba Jorge, no sólo lo que tenía propio sino lo que le daban otros de limosna, y alentaban a muchas personas a ministrarle colmadamente. María de Leyba, mujer de diego de Céspedes, separó fanega y media de trigo del montón y lo puso a parte para dárselo al Siervo de Dios y que lo repartiera a su discreción entre los pobres y, antes de entregarlo, mudó el trigo de aquella parte y le preguntó a su marido cuanta cantidad era; le respondió que fanega y media y le pareció que el bulto era más y, midiéndolo, hallaron tres fanegas y tres celemines, conociendo evidentemente que Dios se lo había multiplicado y quedaron con tanta devoción a las obras de Jorge que, dándole otra tanta cantidad, guardaron aquel trigo como reliquia para repartirlo en todo lo que sembrasen, juzgando que con aquella mezcla Dios guardaría sus sembrados de los riesgos, que los labradores experimentan con los malos temporales, y otros accidentes de langostas, que para librarse de ellos se valen de los medios y favores de los Santos y Siervos de Dios.
El amor de Jorge por la penitencia
Se inclinó Jorge, desde pequeño, a servir a Dios con fervor grande y se daba a la oración, como hemos visto, y así trató luego de acompañarla con la mortificación y la penitencia, siendo ejemplo para todos los vecinos de aquella Villa.
Usaba ásperas y crueles disciplinas, atormentándose y vertiendo abundante sangre por las heridas que se abría en las carnes. Siempre, en la Calzada, había alguna necesidad común por la cual era menester acudir a la Divina Providencia, procurando templar su ira con las Procesiones públicas y Rogativas por la falta de agua que suele causar gran ruina en los campos. En estas ocasiones acostumbran muchas personas a hacer algunas penitencias públicas, vistiéndose de blanco y cubriéndose el rostro. Unos llevan sobre sus hombros una Cruz pesada, otros se cargan con cadenas rodeándose el cuerpo y muchos se azotan valerosamente, vertiendo copiosos arroyos de sangre por las espaldas y, cuando sucedía esto, el primero que estaba por la mortificación era Jorge, que aunque disimulaba, le conocían todos en la fuerza con que se azotaba y despedazaba sus carnes, no habiendo alguno que lo igualase.
El Siervo de Dios se cuidaba poco en curarse las llagas que se corrompían con el calor y se le engendraban gusanos en las espaldas, causándole gravísimo tormento y molestia, aún para los que estaban cerca de él, por el mal olor que despedía, siendo esto causa que algunas veces lo advirtiese en casa su tío Martín de Almodóvar y procuraba curarle y remediarle aquella pudrición que le corrompía el cuerpo y le quitaba la vida. Ejercitaba en esto su piedad, muchas veces, una hija de Martín Almodóvar, llamada Milla García, doncella honesta y caritativa, la cual le quitaba los gusanos de las espaldas, y esto mismo hacía en otras ocasiones una mujer anciana, llamada la Manjona, mujer de Martín de Mora, vecinos ambos de la Calzada.
No se contentaba Jorge con las mortificaciones que hemos dicho y buscaba deseos de padecer nuevos modos de penitencia, aún en las cosas comunes, y así todas las veces que iba a la Calzada a pedir limosna para los pobres o a orar, se quitaba los zapatos o abarcas y, descalzo, caminaba por el suelo alegre gustando de aquella mortificación. Nunca le obligaron las incomodidades del tiempo con fríos, aguas, nieve y hielos a que dejase de traer los pies desnudos, vertiendo muchas veces sangre por las grietas, que ordinariamente se le abrían.
Estos fueron los primeros ensayos que el Siervo de Dios tuvo en el rústico ejercicio de pastor durante el tiempo que vivió en la Calzada, hasta que obligado a huir de los aplausos del mundo, que ya le comenzaban a publicar sus acciones, trató de dejar su Patria y buscar nuevo modo de vida.
Reparte la poca hacienda que tiene y se ausenta de su Patria la Calzada
A los treinta años, el Siervo de Dios determinó dejar su Patria y buscar un nuevo modo de vida. Lo hace saber a su amo, el cual lo escuchó, no con poca mortificación, sintiendo mucho que lo dejase y procuró por todos los medios posibles detenerle pero Jorge no cesó en su propósito.
Se deshizo de todas las alhajas que tenía y las repartió entre los pobres y sus amigos. En este tiempo, que era por los años de 1564, se había fundado en la Villa de la Calzada una Cofradía en honor del Glorioso San Gregorio Nacianceno, patrón y abogado de dicha Villa. Asimismo, se construía una Ermita para colocar en ella la imagen del Santo y celebrar su festividad con la solemnidad que tan loable devoción pedía.
Jorge tenía unos ahorros que se componían de treinta y un borregos, que los quiso emplear en la construcción de dicha Ermita y los donó a la Cofradía pidiendo que, cada año, le dijesen una misa por su intención. Aceptaron los mayordomos la oferta y vendieron dicho ganado por cuatrocientos tres reales, con los que prosiguieron la obra hasta terminarla. Se ha tenido tanta atención en el cumplimiento de la misa por el Siervo de Dios que, desde el año 1565 hasta el presente de 1664, consta en los libros de dicha Cofradía haberse celebrado la misa por esta obligación, quedando estampada la buena obra en la memoria de los hombres ya que, cuando han faltado los testimonios referidos, la tradición lo aseguraba pues de padres a hijos se han ido conservando las noticias.
Tanto su amo como los vecinos de la Calzada sintieron la ausencia de Jorge. Desde que se ausentó no volvió en toda su vida, sino una vez después de Religioso profeso. Estuvo poco tiempo hospedado en casa de Eugenio Ruiz, marido de María Ciudad, prima del Siervo de Dios.
Fuente: “Vida del penitente y venerable Siervo de Dios Fray Jorge de la Calzada» de Cristóbal Ruiz Franco de Pedrosa.