La Hermandad del Pecado Mortal tuvo origen en Sevilla, en la capilla del Ánima del convento de San Francisco el Grande, el día 4 de enero de 1691, con el nombre de Congregación de Cristo Señor nuestro coronado de espinas y María Santísima de la Esperanza. Su fin, inicialmente, fue para rendir culto a Jesús y a la Virgen María pero con su fundación, debida a Don Antonio Vargas, también se dedicó a fines benéficos, caritativos y sociales.
Debido a la buena opinión que llegaron a tener de ella las comunidades de Santo Domingo, San Francisco, la Compañía de Jesús, incluso profesores de la Universidad, hicieron que el Ilmo. Sr. Arzobispo Don Luis de Salcedo y Azcona mandase formar Capítulo y Establecimientos, que aprobó el 18 de marzo de 1724, que la Hermandad prometió cumplir por lo que el Domingo de Ramos de ese año salía procesionalmente, a modo de rogativa, en dirección a la parroquia de San Miguel por tener a éste arcángel como protector.
Cuando el Rey Felipe V conoció en Sevilla a esta institución le agradó mucho y, por iniciativa suya, el 30 de diciembre de 1733 se convocó una Junta de las personas más principales de la Hermandad en el convento de la Santísima Trinidad Calzada de Madrid, cuyo resultado fue nombrar al duque de Abrisco, al marqués de la Rosa, a Diego Suárez de Figueroa y otros más para que constituyeran la Hermandad en Madrid, quedando definitivamente instalada la Hermandad en la iglesia de San Juan Bautista.
La Santa y Real Hermandad de María Santísima de la Esperanza y Santo celo de la salvación de las almas se estableció en otras ciudades como Granada, Valencia, León y Barcelona. En 1744 se trasladó a la iglesia de Santa María Magdalena, donde permaneció hasta que se instaló en el convento de RR. PP. Carmelitas Descalzos y en 1800 en la casa que le legó la marquesa de Villa-García, situada en la calle del Rosal número 3, donde allí continuó hasta su desaparición en 1926.
La Casa del Pecado Mortal, situada en la calle del Rosal, tenía una capilla, donde se veneraba una imagen de la Virgen de la Esperanza. A la izquierda del retablo había un buzón, por donde echaban sus memoriales las mujeres que se encontraban en pecado mortal. A la derecha, unas celosías, desde donde oían misa las recoletas invisibles. Sobre el muro, un cuadrito con cristal que conservaba un breve del papa Pío VII, y una licencia para celebración del culto, del cardenal Luis de Borbón, fechada en 1814. Al fondo, un confesionario, un salterio, un arcón de sacristía, sobre cuyo tablero se guardaban los clásicos faroles de los cofrades que salían a la calle de ronda, y en el muro un gran lienzo místico.
Los protectores de la Hermandad han sido, en lo espiritual, el arzobispo de Toledo y, en lo temporal, los reyes, príncipes e infantes de España. Fue Hermano Mayor el marqués de Montalvo y llegaron a formar parte de la corporación el duque de Bailén, el conde de Zenete, Cardona y Tur, el Padre Palou, Olivares Biec, Navarro Mabilly, Luceño, Antequera, Navarro y Enciso.
La misión de esta Santa Hermandad era la salvación de las almas y para lograr este objetivo llevaba a cabo diversas obras caritativas, celebraba muchas misas por los que se encontraban en pecado mortal, hacia proselitismo para la conversión al catolicismo y promovía la celebración de matrimonios entre los que vivían sin haberse casado por la Iglesia. Otra de sus principales misiones era recoger, con el mayor secreto, en su Casa Asilo a las jóvenes embarazadas que habían sido abandonadas como consecuencia de la violencia, el engaño o la fragilidad, proporcionándoles vivienda y asistencia y, cuando daban a luz, volvían con su familia.
Las Hermanos de la Esperanza, llevados por el celo de la conversión de las almas, salían de noche a pedir limosna con un farolillo y una campanilla por las calles de Madrid, entrando en los patios de las casas, sobre todo en los que vivían parejas no casadas por la iglesia, y recitaban saetillas, cuyas letras hablaban del estado infeliz del alma en pecado mortal:
“Para los que están en pecado mortal, para hacer bien y decir misas”.
En las viviendas por las que pasaba la Ronda del pecado mortal se aglomeraba el vecindario de Madrid -sobre todo jornaleros, artesanos y prostitutas- por lo que eran puestas bajo vigilancia especial de la Santa y Real Hermandad de María Santísima de la Esperanza y Santo celo por la salvación de las almas, vulgo del Pecado Mortal. La plazuela de la Cebada, calle Toledo y sus adyacentes como las de los Cojos, Arganzuela, Carpio, Bastero, Mira del Río (alta y baja), la Chopa y Velas, Santa Ana, la Ruda y otras del cuartel de San Francisco eran las que más vigilaban.
Si bien parte del vecindario se burlaba de las saetillas del Pecado mortal otros daban limosna al hermano recaudador, diciendo al de la linterna:
Eso no lo han dicho por nosotras. ¿Verdad, usted, señor Pecado mortal?
También se abrían las ventanas y caían al suelo algunas monedas, envueltas en papeles ardiendo, para que se vieran con facilidad. Y cuando, al asomarse la criada, ya había pasado la ronda, ésta informaba a la señora de que ya iban lejos los hermanos, a lo que ésta contestaba: no importa, echa los cuartos. La criada avisaba a los del Pecado Mortal, éstos alzaban la cabeza y, ayudados de su farolillo, lograban encontrar la limosna que le habían arrojado. También se cantaban las saetas cuando la ronda pasaba por delante de los balcones de Palacio.
Cuando la Hermandad desapareció en 1926 la obscuridad de las calles había sido sustituida por la luz eléctrica, pasando por los faroles de Sabatini y los mecheros de gas. Por lo que se pasó de prácticamente carecer las calles de transeúntes en sus primeros tiempos de la ronda a bullir las gentes por las vías públicas, con el continuo ruido de coches y tranvías que apagó el sonido de las campanillas y las voces de los Hermanos cantores de saetas.
Por último, comentar que en Madrid se llegaron a cantar saetas del Pecado mortal contra personalidades influyentes, parece ser que una de ellas tuvo relación con Godoy:
“Hallábase el príncipe de la Paz una tarde en el redondel de la Plaza una tarde en el redondel de la Plaza de Toros, confundido con los toreros, de quienes era entusiasta admirador, cuando un bicho de Peñaranda estuvo a punto de cogerle. L a mujer de Carlos I V advirtió el riesgo, y mientras á Godoy le humedecían las sienes con agua y vinagre para quitarle el susto, la reina María Luisa se desmayaba en brazos del monarca. Dio el suceso mucho que hablar a los murmuradores de cámara y a los chisperos de los tendidos, y, para que nada faltase, el Pecado mortal se encargó de glosar, en saetas punzantes, los epigramas sangrientos que salían de los corrillos. He aquí algunas de las saetillas que se vocearon públicamente y a hurtadillas, con aquiescencia de los alcaldes de corte».
I
Quien mal vive mal acaba;
y así, llora tu pecado,
no amanezcas condenado.
II
Con cada culpa que añades
a las muchas que ya tienes,
mayor pena te previenes.
III
Tu frágil vida pudiera
desengañar tu locura;
todo va a la sepultura.
IV
Mujer mundana, si tienes
los pies en la sepultura,
¿qué pretende tu locura?
V
De ese sueño, en que te tiene
tu viciosa vida, advierte
no te despierte la muerte.
VI
Aunque tus culpas confieses,
si no dejas ocasión
cierta en tu condenación.
VII
Para los cuerpos que pecan
en tactos y viles gustos,
hay los eternos disgustos.