Para iniciar un proceso de fe en los tribunales especiales de la inquisición era necesario que alguien hiciera una delación, a partir de la cual era elegidos los funcionarios que lo debían tramitar: inquisidores del Santo Oficio, que para la provincia de Ciudad Real era el de Toledo, dos comisarios –uno que actuaba como juez y otro como notario- y dos religiosos para que estuvieran presentes en el momento en que el declarante ratificaba, añadía o modificaba lo que había dicho en su primera declaración, que normalmente era a los tres días. El acusado y testigo debía de jurar decir la verdad a las preguntas que se le hacían, a la vez que hacía la señal de la cruz.
El caso que voy a relatar corresponde al proceso de fe contra Francisco Sánchez (a) Capote, por hechicería, que fue delatado por Francisco de Sobrino Alfonso (de 48 años y vecino de Carrión) acusándolo de haber realizado prácticas de brujería en la curación de su cuñado Ceferino Reinoso. El juez, titular de Miguelturra y natural de Daimiel, fue Juan González de Huelva y el notario Francisco Sánchez Montañez, titular y vecino de Daimiel. Fueron nombrados dos padres del Convento de la Regular Observancia de Nuestro Padre San Francisco, de Carrión de Calatrava: fray Matías Martín Dotor y Antonio García Quintanilla, que estuvieron presentes en la ratificación que hicieron los testigos. En el informe, emitido por el juez, se afirmaba que se debían tener en cuenta las palabras del acusador debido a su sinceridad. Las personas que declararon en el juicio fueron las siguientes:
Catalina Martín Dotor: vecina de Carrión, de unos 48 años y mujer del fallecido Ceferino Reinoso, es considerada por el juez como una testigo dominada por el miedo, con falta de valor para afrontar situaciones comprometidas y formal y temerosa de Dios. La declaración que hace el 19 de marzo de 1783 la ratifica el 23 del mismo mes.
Catalina Reinoso: hermana del fallecido, mujer de Francisco Sobrino de Francisco, vivía en Carrión y tenía sobre unos 48 años. El juez informa que tiene miedo por las amenazas que le hizo Antonia Navarro si decía algo sobre lo que le comentó relacionado con el poder que tiene para curar la enfermedad de su cuñado, dice la verdad y es temerosa de Dios. Declara y se ratifica los mismos días que su tía Catalina.
José Reinoso: labrador, hermano de Ceferino, vecino de Carrión, tenía sobre 48 años. En el informe del juez se dice que es muy sólido en sus palabras, de buena opinión y temeroso de Dios. Declara el 20 de marzo de 1783, ratificando todo lo dicho a los cuatro días.
Josefa Reinoso: vecina de Carrión, de unos 25 años, hija del fallecido e hijastra de su mujer actual. El juez, en su informe, dijo que era modesta y sincera por lo que acreditaba sobradamente ser verdad lo que dice. Declara y se ratifica el mismo día que su tío José.
Gregorio Ruiz: sastre de unos 38 años, es vecino de Carrión. El juez informa que es muy juicioso y tiene buena opinión de él por lo que cree que ha dicho la verdad. Declara el 18 de marzo de 1783 y ratifica su declaración el 28 del mismo mes.
Esteban Sánchez: alcalde de Miguelturra, labrador y de unos 65 años. El juez dice que es un testigo creíble y que es temeroso de Dios. Declara el 28 de septiembre de 1783.
Miguel de Arévalo: ministro Ordinario en Miguelturra, vecino de esta villa y con edad de unos 38 años. El juez estima que es creíble lo que ha dicho y declara el 1 de octubre de 1783.
Pedro José Gómez (a) Cabellera: tabernero de Miguelturra y de unos 50 años. El juez estima que manifiesta sobrada viveza y poca estabilidad pareciendo que dice la verdad. Declara el 29 de septiembre de 1783.
Joseph de Mora (a) El Chispo: Vecino de Miguelturra de unos 45 años y maestro de obras, el juez lo considera temeroso a Dios y que parece que dice la verdad. Declara el 30 de septiembre de 1783.
Conforme a lo declarado por el delator y los testigos, Ceferino Reinoso sintió molestias en pecho cuando estaba podando en su majuelo, regresando a su casa de Carrión de Calatrava con fuertes dolores de estómago, por lo que su mujer y hermanos decidieron llamar a Rafael, médico de esta villa, que le hizo varias sangrías y purgas sin conseguir aliviar al enfermo, por lo que su enfermedad se fue agravando. De ahí que decidieran llamar a Matías, el médico de Almagro, y al galeno de Miguelturra, Sebastián Serrano, que tampoco consiguieron curar al enfermo, que fue cada vez a peor. La familia, triste y con cada vez menos esperanza, no sabía que hacer por lo que, como en el pueblo se rumoreó que tenía el mal de padrón, resolvieron llamar a un hombre de Bolaños que, según les habían dicho, tenía gracia para curarlo. Inicialmente logró calmar el dolor del paciente, tras masajearle el vientre y el estómago, permaneciendo en casa del enfermo algún tiempo hasta que una noche volvió a repetirle los dolores, por lo que informó a la familia que había hecho cuanto había podido y que no sabía cómo curar la dolencia, ya que era distinta a la que él había supuesto. Avergonzado y pusilánime, regresó a su pueblo.
Una vecina de Carrión, Antonia Navarro, le había dicho a Catalina Reinoso que el bolañego no sabía curar esos males y que ella, con la ayuda de su amiga Josefa Carrera, podía sanarlo. Añadió que no dijese nada de esto a nadie, ya que haría todo lo posible para que su hermano muriera. Le sugirió que matase una gallina y se la diese de comer al enferme con caldo y sin sal, entre las doce y la una de la noche y a la hora de comer del día siguiente: si tenía arcadas significaba que la cusa de su malestar era debido a hechizos y no podía ser curado por un médico. Catalina solicitó consejos a la hechicera para que su hermano mejorase, recibiendo como respuesta que no podía dárselos ya que su cuñado, Francisco Sobrino de Alfonso -el delator- se había portado muy mal con ella, negándose a hacerle un regalo que le había prometido por la ayuda que recibió en un pleito que tuvo en la Chancillería de Granada; pero que si quería saber si iba o no a morir debía de matar un gato, dárselo de comer cocido y llevarle la cabeza. Catalina Reinoso, temerosa de lo que estaba oyendo, quiso saber cual era el fin de todo esto, recibiendo como respuesta que ella se dedicaba a cosas de brujería y siempre le habían salido bien, así que no fuera tonta y hiciese lo que le acababa de decir, porque así había funcionado en otras ocasiones, y que la cabeza de gato la quería para enterrarla y observar, pasado un tiempo, si los ojos los tenía como antes de matar al gato. Además, le informó de que conocía a una mujer de Fernán Caballero que podía curarlo.
Francisco Sobrino de Alfonso comenzó a sospechar de la influencia y amenazas de Antonia sobre su cuñada cuando en septiembre de 1782, yendo por el Camino Real y poco antes de llegar a Ciudad Real, dejó esta vía para tomar una salida circundando Las Casas para dirigirse a su casa y se encontró, en la noria de un pozo, a dos mujeres sentadas -una de ellas con la cabeza totalmente cubierta con una mantilla y la otra con la cara descubierta- reconociendo que ésta última era Antonia Navarro. Le entró curiosidad por saber quien era la otra persona, por lo que hizo varias preguntas, hasta que al final descubrió que la mujer que iba tapada era su cuñada Catalina Reinoso. En cierta ocasión que Catalina coincidió con Antonia en la casa de Claudio Coello, cociendo pan, ésta última amenazó a la primera por no haber recibido el regalo de su cuñado, prorrumpiendo con blasfemias contra Dios y los Santos.
Francisco Sobrino consiguió que su cuñada le contara todo lo que Antonia Navarro le había dicho sobre el proceso de curación de Ceferino y las amenazas que había recibido, por lo que decidió pedir consejo al Prior de la Parroquia, Fray Pedro Rosales, del hábito de la Orden de Calatrava, que le aconsejó que se encomendara a San Benito y llevase puesta su medalla para alejar los maleficios, la magia negra, la brujería y las hechicerías para que no sucediera nada malo. Decidió tener una conversación con su cuñada en el campo para hacerle un regalo, escondiendo a personas de su confianza con el fin de que escucharan la conversación por si su cuñada comprometía a la hechicera y así poder probarlo ante el Santo Oficio, pero no hubo forma alguna de obtener pruebas, olvidándosele hacer el regalo.
Continuará…