Hay una derrota que aún inspira dolor en el ejército español: la batalla de Annual. Fue en esta pequeña ciudad donde España sufrió, entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921, un brutal contratiempo que supuso un punto de inflexión, tanto militar como político, que dio lugar al informe que redactó el general de división Juan Picasso, que se conoció con el nombre de El Expediente Picasso -en relación con los hechos acontecidos en la Comandancia General de Melilla. Uno de los protagonistas en la prensa española, en esas fechas, fue teniente Ríos, natural de Calzada de Calatrava.
A últimos de julio de 1921 la Alta Comisaría informaba de que el crucero “Princesa de Asturias” había fondeado en Melilla donde venían los cuerpos muertos de varios oficiales, entre los que se encontraba el del teniente Ismael de los Ríos García. Al llegar esa trágica noticia a Valladolid, donde vivía, sus compañeros decidieron realizar un homenaje que perpetuase su memoria pero, en los primeros días de agosto del mismo año, su amigo Rafael de Azcárraga recibió una carta escrita por el teniente Ríos, remitida desde el hospital de Melilla, en la que le informaba de que se encontraba en un gravísimo estado de salud pero que tenía posibilidades de salvarse, a pesar del vario número de heridas de gumía que había recibido de los moros cuando se hallaba en la posición de Chaif mandando, accidentalmente, una ya diezmada compañía cuando los rifeños iniciaron un ataque. Tras resultar herido en el codo derecho fue evacuado en una ambulancia donde fue curado al llegar a Dar Drius. Continuó, junto con varios soldados, en la referida ambulancia que, al llegar a Dhar El Uesti, fue asaltada por un grupo de aproximadamente cuarenta moros, sosteniendo una y otra parte un vivísimo tiroteo. Uno de los tiros del enemigo partió la carabina del teniente Ismael y, debido a que muchos de los soldados habían sido baja, les fue fácil a los harqueños aproximarse a la ambulancia. Nuestro paisano -al haber recibido muchos golpes de gumía en la cabeza, en el pecho y espalda- fue dado por muerto, alejándose los rifeños del lugar para asaltar a otras ambulancias. Perdió el conocimiento y, una vez recobrado el sentido, vio cómo el comandante de intendencia Armijo lo recogió y lo trasladó al Hospital de Melilla. Fue un milagro que pudiese escapar con vida, pues todos los golpes que recibió fueron calificados por los médicos de muy graves, especialmente los del costado.
A los pocos días de su ingreso en el hospital escribió una carta a uno de sus amigos de Valladolid, Rafael de Azcárraga, informándole de su estado físico que, conforme avanzaban los días, iba mejorando y que deseaba volver al combate contra las hordas rifeñas que estaban ensangrentando el campo con la sangre de tanto español. Su amigo Rafael, el 15 de agosto, contestó a dicha misiva expresando la alegría que le había producido dicha carta, ya que lo creían muerto, e informándole que todos sus amigos pensaban hacer algo para perpetuar su memoria y recordar, a las futuras generaciones de soldados, que un valiente oficial murió gloriosamente en los campos de Melilla, dando ejemplo de cómo se debe morir por España. También lo felicitó por su heroico comportamiento.
El Ayuntamiento del pueblo donde nació, Calzada de Calatrava, hizo constar en acta el orgullo con que había visto la ciudad el heroico comportamiento de uno de sus hijos, Ismael de los Ríos, que recibió una veintena de heridas de fusil y de arma blanca en la batalla de Annual y fue efusivamente felicitado por sus jefes, sus compañeros y la prensa de toda España. El consistorio se comprometió a felicitarlo en nombre del pueblo y tributarle un homenaje de cariño y admiración cuando se restableciera de sus heridas.
El teniente Ríos sobrevivió a un disparo y varios golpes de gumía en la batalla de Annual, dándolo la prensa por muerto. Quince años después sería asesinado en Ciudad Real por ser “enemigo del pueblo” y su cuerpo fue echado al pozo de Carrión de Calatrava. Su nombre llegó a figurar en la Cruz de los Caídos, situada en el Egido. A continuación, reproducimos una entrevista que El Pueblo Manchego le hizo a nuestro héroe de Annual:
Hablando con el teniente Ríos
En la evacuación de Cheif iba al mando de la extrema retaguardia que es el sitio de honor. – Un balazo y veintiocho heridas de gumía.- Se salvó de milagro.- Otros detalles de su odisea.
En la estación ferroviaria entretenemos el aburrimiento dominguero de la vida provinciana. El paso de los trenes es una diversión, como otras tantas, en la capital.
– ¿No conoces al héroe de mi pueblo? Me dice Miguel Ruiz [cura natural de Calzada y que dirigió el diario El Pueblo Manchego, acabó siendo asesinado en 1936 y enterrado en Paracuellos].
– A fe que no: ¿es ese de quien tanto habló la prensa?
– El mismo: el de las 39 cuchilladas y un tiro en el codo.
– ¿Y dices que es?…
– De Calzada. Vente y le haces una entrevista, es interesante, tiene momentos de tragedia, espantosos.
– A tu disposición.
Y a la estación dirigimos nuestros pasos. Allí se habían citado los paisanos, y allí alrededor de una mesita tenía que interrogar mimosamente al héroe.
– Ya están ahí: el moreno de sombrero verde es, dice Miguel sin poder evitar una sonrisa de satisfacción.
El teniente Ríos se sentó a mi lado, sin previa presentación. Se le ha dicho que voy a entrevistarle y gustoso accede.
– Cuéntenos Vd. Algo de lo ocurrido: es Vd. el muerto resucitado: tiene el cuerpo como un rastrojo, lleno de surcos y arañazos…
– Algo, algo de eso que usted dice: sí señor, miren Vds. Y descubriéndose nos enseña una enorme cicatriz en el cuello de unos cinco centímetros de larga. Esto me lo hicieron como luego les contaré.
– Ciertamente habrá pasado muchas fatigas.
– Algunas. Verán Vds.: el 23 de julio de este año ocurrió el percance…
– Días después de lo de Igueriben y Annual ¿no es eso?
– Exacto. Mandaba yo por ausencia del capitán (que estaba con permiso en la Península) una compañía del Regimiento de Melilla en el que estoy destinado. Por órdenes del Jefe de la posición de Cheif salimos a evacuar la posición, ocupando yo la extrema retaguardia. La crudeza del combate nos obligó a replegarnos, pero mientras yo creía que el repliegue se haría escalonadamente, ocurrió que me quedé sólo con unos cuantos soldados en medio de una carretera rodeada de grupos enemigos, y por la que era forzoso mi paso…
– Es decir, que eran blanco seguro de los moros.
– ¡Y tanto! Yendo pues así aparecieron varios moros que nos decían “paisa dame fusila, no pasar nada, ser amigos” a lo que yo respondía alentando a mis soldados: ¡fuego con ellos, fuego!
– Y claro, los soldados no cesarían…
– ¡Ya lo creo que cesaron! Un moro buen tirador se encargó de herirme en el codo derecho creyendo con esto que me inutilizaría…
– ¿No fue así, por lo visto?
– No, señor. Me presenté al teniente coronel quien marchó fuera a ponerme una venda para evitar me desangrase y busqué al médico en el camión que iba a la vanguardia.
– ¿Cómo llegó hasta él?
– Arrastrándome y como pude.
– Bueno: ya está usted en el camión. ¿Qué pasó?
– En él me encontré a un sargento, cuatro soldados y al chaffeur [chófer]. Les pregunté si tenían armas y municiones: me dijeron que cuatro carabinas y bastantes cartuchos…
– Y con estos medios empezaron a defenderse; como si lo viera, ¿no?
– ¡Qué menos! Hubo un momento de vacilación por si nos convenía ir a pedir refuerzos, pero como de todas maneras estábamos perdidos…
– Hubo que dar la cara y hacerles frente.
– ¡Ya lo creo! Ordené que hicieran fuego. Yo mismo cogí una carabina y apostado en la berlina del auto empecé a disparar cuanto pude. Pero en esto observo que dos soldados de los que tenía a mi derecha no disparaban. Miro y los veo muertos…
– ¡¡¡Qué horror daría!!!
– Eso no se puede pensar en esos momentos…
– Tiene usted razón.
– Y sigo tirando: mas a poco observo que el chófer ya no hablaba ni se movía. Efectivamente, yacía inclinado sobre el volante chorreando sangre…
– También estaba muerto ya.
– Entonces me vi sólo y arrecié los disparos con tan mala fortuna que al hacer puntería para uno de ellos, un tiro del enemigo me rompió la carabina, haciéndola pedazos, e impidiendo me diese en la cabeza y me matara.
– ¿Qué hizo usted entonces?
– Eché mano de la pistola que tenía tan solamente con cuatro cartuchos y me apeé del auto hacia un grupo de moros que, al verme así, (como son tan cobardes) con las manos en alto decían “ser amigos”.
– ¿Used les disparó?
– Hasta que un golpe de uno de ellos me sorprendió por la espalda, y me dio en la muñeca primero y luego en la cabeza, me dejó caer de bruces sin sentido casi…
– Pudo usted darse cuenta de ello a pesar de…
– Me di cuenta exacta. Y verá usted lo que pasó: al caer uno sacó un cuchillo y me cortó en el cuello, haciéndole la herida que mostré en un principio provocándome una hemorragia intensísima; luego me pincharon en la espalda y brazos.
– ¿Le dejaron por muerto?
– Indudablemente; quedé quietecito y pude observar que un sargento se movía y allí entablamos un pequeño diálogo, sin poder levantarnos porque el enemigo estaba enfrente. Me dijo estaba herido, pero no había peligro.
– ¿Hasta cuándo estuvieron allí?
– ¡Oiga, oiga, que ahora viene lo bueno! Estando así vimos venir un grupo de moros, nos quedamos quietos sin respirar; pero no nos valieron coplas, uno de ellos al decir “paisa, ser amigo, levanta, no tener miedo, yo llevarte a mia casa” me dio nuevos pinchazos y un golpe en la espalda.
– ¿Y el sargento?
– Por no ser menos igual. Pero así que marcharon, transcurre otro pequeño rato, y vimos de nuevo varios moros y una mora vieja.
– Los veía por el rabillo del ojo, ¿eh?
– ¡Y con harto disimulo! Se acercan con la misma letanía y hablaron en su idioma. Callan: se me ocurre mirar y veo que la mora con un cuchillo da un corte por bajo de la barba al sargento haciéndole una herida tremenda…
– ¡¡Pobre de usted!!
– Eso me dijo: pobre de mí. Cerré los ojos y me encomendé al Cristo de mi pueblo.
– ¿Y qué?
– Pues nada. Como tenía el cuello sajado y estaba empepado de sangre creyeron no me hacía falta más y me dejaron después de darme dos puntapiés para ver si era cierto que estaba muerto.
Y ahora llega el momento más triste. El sargento a mis preguntas contestó no estaba muerto, pero me suplicó que le matara: “Mire usted como estoy mi teniente, ¡máteme usted que ya no puedo más. Me he de morir de todas formas, máteme”.
Oigo un auto y le dijo: anda espera, que viene un auto; yo haré la señal y efectivamente me puse de rodillas con los brazos en cruz y el auto pasó casi arrollándome sin hacer caso.
– ¿Cómo es eso?
– Sólo sé decir que iban un paisano con sombrero de paja y un militar. En la comandancia hice la debida protesta.
– Se veía usted muy apurado en aquel trance.
– Rodeado de enemigo y sorprendido por disparos continuos. No tuve más remedio que irme a un montón de cadáveres, a orilla de la carretera, echarme uno sobre la espalda dejando mi cabeza libra para respirar, y figurar como uno de tantos.
– ¿Por qué hizo eso?
– Porque me perseguían y estaba indefenso; fue el momento más angustioso.
– ¿Y estuvo así mucho tiempo?
– Un ratito. Pasó un camión, hice señales y no paró, iba lleno. Pero a poco oí otro, refrenó la marcha, y como pude me enganché a una aleta yendo más de 800 metros con los pies arrastrando, hasta que me pudieran subir al oír mis voces.
– ¿Y el sargento?
– El sargento subió de un salto a una moto que venía detrás con un capitán.
– ¿Es que el fuego no cesaba?
– Ni por un momento. Yendo yo arrastrado por el auto me dispararon varios tiros.
– ¿A qué horas ocurría eso?
– A las dos y media aproximadamente.
– ¿Cuándo llegaron a la otra posición?
– A las cinco. Me dieron por muerto y oficialmente por baja. Pero quiso Dios no fuera así y el doctor Herráiz me curó apreciándome 39 cuchilladas y un balazo.
– ¿Y su acompañante?
– Murió el 25 en el hospital.
– ¡¡¡Estaría usted solo!!!
– Mandé llamar a mi mujer y a mis hijos.
– ¿Así estamos?
– Tengo tres nenas que valen un Potosí.
– ¿Cuándo le dieron el alta?
– A los cinco días la pedí yo, pero un calenturón me hizo ingresar en el hospital hasta que días después me dieron por curado, iba con medio cuello vendado.
– ¿Cuándo regresó al pueblo?
– El 19 de septiembre. Creí no le volvería a ver. He venido con dos meses de permiso y ya llevo medio.
– Es decir, que dentro de mes y medio…
– A Melilla, sí señor, otra vez a pelar.
– Y… oiga… no… hay…
– ¡¡¡Quite Vd. de ahí!!! Por mucho que venga, no vendrá otro 23. Al menos si ahora me matan, me entierran y no seré pasto de fieras.
– ¿No le han recompensado?
– Veremos cuando las Cortes se abran. Tengo pedida la Laureada.
– Aquí de los padrinos…
Y un primero del héroe, llamado Francisco Ríos, maestro en Calzada, que compró 108 periódicos al enterarse de la noticia, que le ha llevado luto y rezado más que un castigo, dijo con carcajadas francas abrazando al épico calzadeño: yo hablaré con Solano…
Esta es la brillante actuación de un verdadero patriota. Puedo darse a la fuga en un auto y no quiso porque no debía hacerlo. Oyendo a Ríos estas narraciones se experimenta la emoción de lo sublime si leéis su escalofriante relato que pone en conmoción todos los nervios. Bien puede alguno de nuestros diputados tomar la iniciativa, y ya que por las justas de defensa están suprimidos los ascensos por acción de guerra, al menos se le recompense como veterano que lleva cerca de catorce años sirviendo a la Patria, con riesgo ya manifiesto de la vida.
EL CABALLERO DE MONTESA