Juan Martínez Villergas describe, en el capítulo V de su obra “Desenlace de la Guerra Civil”, los sucesos ocurridos en Calzada de Calatrava relativos al asalto a la Iglesia de Ntra. Sra. del Valle por parte de los carlitas, al mando de D. Basilio. El capítulo lo denomina “El prior de Calatrava” que por ser tan extenso lo vamos a dividir en varios artículos. Comenzamos con el primero.
Terribles cuadros, señores,
ofrece la pobre España,
y confieso francamente
que a mi musa no le cuadra
esa pintura de espectros
y sombras ensangrentadas
que a las mujeres aterran
y al hombre atrevido pasman.
Yo, que a lo más vine al mundo
para hacer alguna sátira
escribiendo siempre bromas,
aunque a veces muy pesadas,
¿ Cómo podré dignamente
referir acciones varias
que compitan con aquellas
de Sagunto y de Numancia ?
Probemos a ver si puedo:
sin duda la empresa es ardua,
mas si me faltan ideas,
no me faltarán palabras.
Harto estoy, viven los cielos,
de entonar alegres jácaras,
pues ya con el canto llano
se fatiga la garganta.
Plagamos aquí un esfuerzo,
sorbamos yemas y claras
y demos principio al canto
que más al mundo entusiasma.
Mala es sin duda mi trompa;
mi voz también es muy mala;
me faltan algunas dotes;
pero asunto no me falta.
Porque a cantar voy, señores,
las tremebundas hazañas
con que los fieros facciosos,
mengua y baldón de su patria,
Cubrieron de sangre y luto
á los pueblos de la Mancha,
haciéndose ellos odiosos
y haciendo odiosa su causa.
He dicho ya algunas cosas
contra la servil canalla
que al paso que el estandarte
de un partido tremolaba,
contra la gente indefensa
con hidrofobia y con saña
para asaltar al bolsillo
solía apuntar las armas.
He dicho también, señores,
cómo esta gente trataba
al que en sus manos perdía
de vivir las esperanzas.
Pero faltaba el relato
de una terrible jornada
donde la traición, el dolo,
la iniquidad y la infamia
se desplegasen a un tiempo
con esa impiedad y calma
que do quiera al pensamiento
del despotismo acompañan.
De esta verdad triste ejemplo
fue en la contienda pasada
cierta población que nombran
Calzada de Calatrava.
Hecho es este entre los hechos
de esa historia malhadada
que tanto al hombre sensible
con sus recuerdos espanta;
hecho este, lo repito,
que dolor y asombro causa
por más que no le hayan dado
la merecida importancia.
Yo me acuerdo que mil veces
ya la oración estudiada
de un diputado elocuente,
ya de un diario en las planas
ya en otra porción de formas
que tengo casi olvidadas,
he visto citar los pueblos
que en pro de la justa causa
sucumbieron al empuje
de la enemiga metralla
o risistieron valientes
dando ejemplos de constancia
y castigando con bríos
de los rebeldes la audacia.
No niego el mérito a nadie
ni tuviera mucha gracia
que yo por vestir un santo
a otros santos desnudara.
Pero entiendo francamente
que laurel merece y fama
ese pueblo que se nombra
Calzada de Calatrava.
Yo citaré sus esfuerzos
y reparando la falta
de esa mención que los bravos
con mucha razón reclaman,
echaré al bando rebelde
para su vergüenza en cara
los inauditos desmanes
con que irritaron a España;
y haré ver al mundo entero
que defiende mala causa
quien para aclamarla emplea
tan espantosa venganza.
Voy, en efecto, a pasar por alto multitud de sucesos que revelan la ferocidad de los facciosos manchegos para referir a mis lectores la terrible catástrofe de la Calzada; aquella catástrofe a la cual, lo repito, no se ha dado la importancia que merecía, pues no he visto que en las publicaciones históricas se la haya consagrado un capítulo aparte. Uno de nuestros jóvenes escritores describe el suceso de esta manera:
«Al referir la última de las escenas del drama que estamos desarrollando, la indignación se apodera de nuestra alma y la pluma no encuentra tintas bastante negras en que empaparse. Figura en ella en primer término un sacerdote fanático, instigando en nombre de Dios al incendio y a la matanza a algunos desalmados asesinos; edificios devorados por las llamas, niños llorosos, madres desoladas, desesperados ciudadanos, que en su impotencia buscan en vano las armas de la patria, son los episodios que completan el cuadro. La acción pasa en la Calzada de Calatrava, y el argumento está lleno de horribles y espantosos pormenores. Una partida de facciosos, auxiliada por el presbítero D. Félix Racionero, ex-prior del convento que había existido en aquel pueblo, penetró en él por sorpresa y cebó su coraje en las familias de los nacionales, dando muerte a cuantos hubo a las manos e incendiando después sus hogares. El feroz clérigo cayó a poco tiempo en poder de nuestras tropas, e instruida la correspondiente sumaria, fue condenado a ser pasado por las armas, etc.»
Yo lo referiré tal como ha llegado a mi noticia por personas bien informadas. Según éstas, no me atreveré a asegurar que el difunto D. Félix Racionero fuese cómplice de los facciosos y cooperase a sus sangrientos designios; pero sí diré que ya obrase por cobardía, ya ayudase con sus consejos al estrago, se hizo digno del castigo que se le impuso.
Fuente: Desenlace de la Guerra Civil, de Juan Martínez Villergas.