En su diccionario histórico, Inocente Hervás Buendía publica el contenido de unos apuntes del maestro de la Escuela Normal de Calzada de Calatrava, Sr. Don Emilio Gascón, en los que narra, como testigo del acontecimiento, el ataque carlista a la Iglesia de Ntra. Sra. del Valle. Así es como narra estos hechos:
APUNTES DEL MAESTRO DON EMILIO GASCÓN
«A las dos y media de la tarde del día 25 [de febrero de 1838] se dio aviso por el vigía dela torre, de que se veían bultos por el camino, que de esta villa conduce a la del Viso; de repente se aproximó un grupo de Caballería e inmediatamente se tocó a Alarma y cundióse la voz, de que era la Facción de don Basilio. Los nacionales y algunas otras personas fueron conduciendo sus baules, ropas y otros objetos al fuerte del Camposanto y de la Parroquia, siendo mucho lo que se condujo con algunos víveres. Viendo que era mucha la fuerza, pues se componía de más de 4.500 hombres de ambas armas, el Cura párroco, clero y varios vecinos, entre ellos muchos nacionales, hicieron ver al oficial del Destacamento, que se componía de 35 hombres y los nacionales podían ser unos 70 armados, que no era posible con las 100 armas resistir a la fuerza que se presentaba, y que era preciso consistiese salir en comisión al Cura párroco y Ayuntamiento con varios sujetos a hablar con el Comandante de la fuerza que se presentaba, y se enfureció, expresando, que el que saliese había de morir; que si no podía resistirlos en los cercos del pueblo, se retiraría al fuerte de la iglesia. Se reiteraron las súplicas hasta hincarse de rodillas varias señoras y sujetos; por nada accedió a que se saliese. Ya en este caso los nacionales decían dejaban las armas; alentados por los soldados estuvieron próximos a hacer morir al oficial y éste vencido por los ruegos y las amenazas consintió al fin en la salida de la Comisión, mientras la fuerza se hallaba casi dentro de las calles.
En efecto, salió la Comisión a hablar con el General Faccioso, quien la recibió y oyó, manifestando, que él venía de paz, que los voluntarios entregasen las armas y se fuesen a sus casas, bajo su palabra de honor, de que no serían molestados, ni sus familias, ni bienes, como era público lo había hecho en otras partes; pues que si se le daba alguna queja de algún atropello o insulto fusilaría al que lo hiciese. Y en cuanto a la tropa, se encerrase en el Fuerte, dando palabra de no hacer fuego y que después se trataría de su rendición en clase de prisioneros; respetados según los tratados que tenía hechos con el Sr. Comandante General de esta provincia Don Nicolás Minuisir. Bajó la Comisión y a nada quiso acceder el oficial, resultando otro alboroto grande en la plaza entre una y otra arma, de nacionales y destacamento, pues la fuerza se hallaba ya dentro de la población y mucha de ella en las calles principales a poco menos de tiro de fusil, como también preparado un cañón en la primera puerta que se hallaba abierta.
En este estado se marchó el destacamento, llevando por delante nacionales, muchas mujeres e hijos de éstos y se encerraron en la Iglesia y torre con la palabra de no hacer fuego. Volvió a salir la Comisión e hizo presente, que estaban todos en el sitio dicho y que no harían fuego. Al momento se alojó la fuerza y sin acabarlo de verificar se sintió fuego desde la torre y Camposanto, por lo que salieron a aquel costado unas compañías, de las que hirieron un oficial, por cuya razón fue necesario que la Comisión volviese a suplicar cesase el fuego, pues ya se veía enardecida a la fuerza, y se logró, quedando todo en silencio a las cinco de la tarde. Al momento les ofició el General, intimándoles la rendición con todas las garantías que verbalmente había ofrecido. La contestación fue, que no se rendían y morirían antes que entregar las armas, con otras cosas que dijo el General cuando se le fue a suplicar por la Comisión, haciéndole ver los muchos inocentes y mujeres que no eran de armas tomar. Se logró pusiese un oficial en clase de parlamente, el que habló con el oficial del Destacamento, haciéndole ver los muchos disgustos que podía ocasionar y que el General quería fuese a verle para tratar, quedando él con su tropa en rehenes mientras tanto; más nada consiguió, pues contestó, que él no transigía con un jefe de rebeldes y que primero consentía él y todos losque bajo sus órdenes estaban el morir y no entregarse.
En este conflicto y viendo los preparativos de incendio y demás, a cosa de las once de la noche volvió el Clero, Ayuntamiento y demás sujetos principales a implorar clemencia, y se incomodó mucho, repitiendo no podía ya acceder, no hacer más que lo que había practicado, pues contaba ya ocho partes lo que les había mandado y a nada cedían, con todos los pormenores que van expresados. Y por fin, que sólo les concedía en no dar el asalto hasta que clarease el día, para que tuviesen tiempo de reflexionar su temeridad. Mas reiterando sus esfuerzos y súplicas se consiguió pusiese otro oficio igual a los pasados y se lo entregó al jefe encargado del asalto; para que luego que lo diese y tomase las puertas de la Iglesia y entrase en ella, lo mandase a la torre y bóvedas (a pesar de la herida del oficial primero y de las que pudiese haber en el asalto) que si se rendían, no se molestase a nadie por ningún concepto, y si se obstinaban siguiese la operación hasta que quedase concluido por uno u otro; dándole la orden, para que dado el paso dicho, dispusiese el incendio, viendo la Comisión los preparativos.
La contestación fue matar tres de los que había dentro de la Iglesia desde las bóvedas, de modo, que esta obstinación la llorará eternamente esta población, pues al momento empezaron a verse los humos fortísimos, se arrojaron las llamas por todas partes, ardiendo el chapitel de la torre, su suelo cuadro, toda la armadura del tejado de la Iglesia, puertas, cancelas, retablos, altares, órgano, coro, sacristía, su cámara con todos los enseres de la Iglesia, excepto las imágenes que ya estaban fuera, desde que sucedió el horroroso caso del robo del copón, en que se trasladó el Smo. Sacramento a la ermita de los Remedios, donde se ha hecho Parroquia.
¡Qué dolor! el estar en este desgraciado pueblo, oyendo las descargas del cañón y fusilería, aquel horroroso fuego y saber que entre aquellas llamas perecían infinidad de almas, que habiendo hecho la cuenta por el padrón han resultado del pueblo y tropa 169 personas, de hombres, niños y mujeres, arrojándose por el tejado en medio de las llamas varios que tuvieron valor, otros bajando por los estribos arrastrando morían a los tiros de fusil o a la caída en el suelo. No es posible sin horrorizarse y contristarse el corazón más inhumano al hacer esta exposición.
Así concluyó la obra a las once de la mañana; quedando la Iglesia concluida de serlo para siempre, pues hasta las bóvedas se rompieron al peso. Pero es mayor asombro el que está pasando para dar sepultura a estos infelices desgraciados a la verdad, por seguir una temeridad; pues habiendo logrado tanto tiempo como dio, para que lo reflexionasen, si se hubiesen rendido, no llorarían tantos males por muchos tiempos; hay familia de seis, y por fin, todos los enseres de ropas y demás efectos, todo fue consumido por las llamas. No puede referirse este horroroso caso sin verter lágrimas de compasión y todo el pueblo está lleno de amargura y sentimiento.
Además de los facciosos que murieron en el asalto y toma, los que no se vieron por enterrarlos antes de desamparar el sitio y de cuatro heridos que dejaron en depósito murieron dos. También sucumbieron de los paisanos que llevaban a trabajar un vecino de esta villa y un bagajero forastero.
Inserta después la Lista nominal de las víctimas de esta hecatombe, entre las cuales se hallan el Sacristán mayor de Calatrava, alcalde y un regidor, resultando del resumen que hace haber perecido 110 hombres, 25 mujeres y 29 niños, total 174».