El 8 de noviembre de 1808 se reúnen las autoridades en la sala capitular de las Casas Consistoriales para descubrir, a las 12 de la mañana, el retrato de Fernando VII. Solemnizaron también el juramento de fidelidad al Soberano. Fue el Gobernador Presidente quien lo descubrió a la voz de ¡Viva el Rey! Hubo un repique general de campanas en parroquias y conventos, al compás de una orquesta a la que acompañaron repetidas Salvas de la Guardia que se tenía preparada.
A continuación, el Reverendo Padre Rector del Colegio de San Agustín pronunció un breve discurso:
“Señores, la repentina vista del verdadero y fiel Monarca Fernando VII ha llenado mi imaginación de un tan vivo entusiasmo que en este momento me transporta, y lleva en espíritu a su Augusta presencia, como si estuviera viendo su misma Real Persona, me convierto a S.M. y tomando la voz en nombre de esta Junta le digo:
Señor, vuestras notorias y amables virtudes presentan un admirable contraste con los manifiestos y feos vicios de vuestro alevoso antagonista el tirano que ha inventado esclavizarnos. Vos humilde; él soberbio. Vos moderado; él ambicioso. Vos humano; él sanguinario. Vos justo; él inicuo. Vos legítimo soberano de las Españas por vuestra real sangre y Familia; él un intruso por la felonía y por la violencia. ¿Quién, pues, debería reinar en el magnánimo, religioso y leal corazón de los verdaderos Españoles? ¡Ah! Vos sólo, Señor, que sois por vuestra amabilidad el Dueño de ellos, de nuestras vidas, y de nuestras Haciendas. Vos que sois el Defensor de Nuestra Santa Religión, el conservador de nuestros fueros, el Protector de Nuestras Leyes, el Padre común de nuestra Patria. Ésta, animada de un celo devorador y vengador de las atroces injurias hechas a V.M. ha levantado a todas sus Provincias y con unos sentimientos uniformes gloriosamente pelean contra los pérfidos enemigos, que con la máscala halagüeña de aliados y amigos las habían ocupado. ¿Qué prodigiosas victorias no han conseguido ya sobre ellos? Muertos unos, prisioneros otros, y fugitivos los demás, se hallan al presente arredrados en los confines de Reino por unos Ejércitos triunfantes que no pasarán hasta exterminarlos.
Los habitantes de la Mancha; los moradores del Campo de Calatrava; los vecinos y naturales de Almagro, sin más táctica que su Patrimonio, sin más plan que su gozoso entusiasmo, sin más pertrechos militares que su valor y su osadía, los detuvieron en sus marchas; entorpecieron el rápido vuelo de sus Águilas, interceptando sus postas, y no faltaron jóvenes intrépidos y robustos que cuerpo a cuerpo se batieron contra los franceses…
Reanimados ahora a presencia de V.M. con un nuevo espíritu, va a unirse en formados batallones para continuar defendiendo la Religión, la independencia natural y los Derechos de Vuestra Monarquía. Yo creo que acreditan ser unas preciosas y bien conservadas semillas de aquellos nobles guerreros que este fecundo suelo produjo en otro tiempo, y que a punta de lanza lo conquistaron de los moros…”
El discurso lo termina deseando que, cuando antes, Fernando VII recupere el trono y rechazando a Napoleón, al que vuelve a despreciar llamándolo nuevamente tirano.
El Auditorio lo aclamó a través de varias expresiones patrióticas de amor al Soberano y dando vivas al Rey, que resonaron no sólo en la Sala Capitular sino que se llegaron a oír en la Plaza Pública y se extendieron por toda la ciudad a través de la boca de los asistentes.
La Junta procedió a realizar el acto del Juramento que el Gobernador Presidente hizo arrodillado ante la imagen de Jesucristo crucificado, puesta la mano en su espada y al frente del libro de los Santos Evangelios, en manos de fray D. Juan Nepomuceno, del hábito de Calatrava y prior de la Parroquia de San Bartolomé.
Concluido el acto, se acordó el mismo piquete de guardia y la orquesta por espacio de tres días y que en las noches se iluminase la Sala Capitular para que el pueblo pudiera satisfacer sus deseos de ver y admirar el cuadro de Fernando VII.